La mujer llevaba un hacha en la mano, venia directa hacia mí, su cara estaba enfadada e iba soltando unos gritos muy estridentes a las otras mujeres que no sonaban nada bien, y yo no podía hacer nada para. Estaba atado completamente por todo el cuerpo, y habían improvisado un bozal muy eficaz. Eran unas cuerdas muy resistentes, parecían acero al tensarse, pero tenían una textura suave de tendones secos. Las famosas Cuerdas Naxarianas, hechas por la tribu de las Naxari, las famosas mujeres guerreras de los bosques de Yamenary.

Me capturaron mientras estaba tumbado haciendo la siesta, bajo la sombra de un gran árbol en los lindes del bosque. Hacía la digestión después de haberme comido un rebaño de venados que había visto des del aire, que pasturaban tranquilamente. Volvía a casa de una visita al rey Johan, del reino de Karania, que requería de mis servicios como lingüista para traducir uno de sus viejos textos, yo le debía un par de favores del pasado, así que me decidí por hacer el largo viaje. Y la ruta por los bosques de Yamenary era la más corta, ¿cómo podía predecir lo que me pasaría?

Levantó el hacha, con fuerza, sin miramientos. Llevaba un vestido hecho con ropa hecha a mano y una capa de la piel de un venado, la cabeza de este le hacía de capucha, conservando aún los cuernos. Ahora tenía más sentido el enfado de las Naxari.

Pero yo sigo siendo un dragón normal y corriente, no haría daño ni a una mosca (bueno, tal vez sí, pero no a un ser humano) ¿quién querría hacerme daño? Había escuchado que las habitantes del bosque de Yamenary eran más inteligentes, pero parece que se equivocaban.

El hacha ahora parecía más grande y más afilada que antes. Cerré los ojos con fuerza, a la espera del inminente y letal corte. Aquí acababan las aventuras, y sobretodo, desventuras del Dragón Rakahn.

Lo siguiente que recuerdo es un golpe en la cabeza y mi mente quedarse en blanco. Al abrir los ojos me encontraba tumbado bajo el árbol donde empezó este lío. El sol ya se estaba poniendo, y estaba completamente solo. Al levantar-me noté mi cuerpo lleno de pedazos de cuerda cortada, que caían al suelo a medida que me incorporaba y exploraba mí alrededor; en busca de algún rastro de las guerreras.

Me volví hacia la el este, en dirección a mi casa, y un rayo de melancolía me travesó el pecho. Tenía que volver a las Montañas Orurai. Mi hijo echaría de menos jugar conmigo por los prados y mi esposa echarme la bronca por cada metedura de pata. Y el huevo que puso hace 3 años estaría a punto de eclosionar.

Cogí carrerilla y extendí mis largas alas. Los vientos me recogieron y empecé a elevarme, hasta que pude ver incluso, al oeste, el lejano reino de Karania. Y bajo mis pies, en medio del bosque, un pequeño poblado. Al fin y al cabo, las guerreras Naxarianas no debían ser tan estúpidas. Pero como siempre decía mi padre, “ser un dragón no es fácil”.

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