Allí, postrado en la sala monocolor, el tiempo oscilaba viscoso entre un instante y una eternidad. Y él esperaba, mudo, con las cuerdas vocales pegadas a la garganta, incapaz de invocar la palabra. Incapaz de apartar la mirada del televisor de veintiuna pulgadas que colgaba del techo, único compañero de aquella última y triste etapa de su enfermedad.

—Tengo miedo —susurró. Pero aquella no era su voz. O quizá se tratase de la voz que tenía en sueños—. Al final, ¿sabes? No sé qué hay después, pero no quiero estar solo. Sea como sea, no quiero estar solo…

—No lo estarás, Israel —respondió nadie en concreto. La habitación crecía. Una sala, un auditorio, un campo de fútbol. El universo entero—. No tienes de qué tener miedo. De hecho, en cierto modo ya has muerto.

Una enigmática sonrisa de Cheshire flotaba desafiante a un palmo de su nariz. El resto del gato se materializó después, recostado sobre su panza a los pies de la cama. Su cola púrpura jugueteaba con el mando, cambiando los canales de forma aleatoria. Un western, un documental de historia, un concurso de cultura general. Programas sacados de cualquier época y traducidos a cualquier idioma.

—La oferta es inmensa —continuó diciendo—. Y está en tu mano. Abandona tu cuerpo. Está roto, limitado. Es una cárcel. Abandónalo y vuela libre, pues tu mente ya no conoce fronteras.

—Pero ¿cómo es posible? —Israel se incorporó, flotando. Pudo ver cómo su antiguo yo quedaba atrás, atrapado en el agujero que la esclerosis había excavado durante los últimos meses. El felino le sonreía. A su caricia, ronroneó como lo hacían el resto de gatos del mundo.

—Antes del último aliento, el cerebro segrega una cantidad inmensa de serotonina —explicó la fantasmagórica criatura—. Tanta, que tus neuronas son incapaces de procesarla toda de golpe. Esto genera una extraña sensación de placidez, distorsionando los límites del espacio y tiempo. Puede que tu muerte esté cerca —señaló con la punta de la cola a la habitación blanca que cada vez se iba haciendo más pequeña a sus pies—, pero para tu mente este último instante supone una verdadera eternidad. Es el último regalo de tu cuerpo hacia ti.

» Ahora eres libre, Israel, para disfrutar de una nueva vida. Una que durará tanto como desees. Una vida en la que podrás volver atrás y revivirla cuantas veces quieras. En la que podrás deshacer los errores que cometiste en el pasado, volver a estar con las personas que alguna vez amaste y descubrir todas aquellas aventuras que, por miedo o por desidia, nunca te atreviste a vivir. ¿No es maravilloso?

Israel sonrió también y su sonrisa quedó flotando en el aire tiempo después de que su cuerpo se desintegrara por completo.

—Mira qué expresión, Amelia —exclamó una de las enfermeras cuando descubrió el cadáver—. Parece que murió feliz. —Con suma ternura le cerró por última vez los párpados. Suspiró—. Quien pudiera tener un final así, ¿verdad?


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