Me despierto en un entorno que no es mi hogar. Me siento muy extraño. Apenas puedo respirar. No tengo ni idea de cómo he llegado hasta aquí. Mis ojos inútiles impiden que pueda saber dónde estoy o qué ha ocurrido, así que me tengo que guiar por el sentido del tacto, como siempre. Palpo todo a mi alrededor con mis extremidades. Es un recinto muy pequeño, con forma de cubo, no mucho más grande que yo y cuyas paredes son un enrejado de metal. Recorro las superficies que me rodean, notando las formas del frío y duro metal, empujando a ver si alguna parte parece estar más floja. Logro forzar una zona y me deslizo fuera de mi cautiverio. Caigo en un lugar blando, cubierto de algún tipo de tapizado, así que sigo palpando hasta encontrar cerca de mí una oquedad por la que me deslizo y caigo fuera del anterior habitáculo a uno que por el aire y los sonidos intuyo que es mucho más grande. Me duele todo, me encuentro maltrecho y apenas puedo moverme. Me arrastro como puedo hasta la pared más próxima y voy recorriéndola para hacerme una idea de dónde estoy. Hay varios neumáticos y herramientas por el camino, y tras recorrer la amplia estancia no encuentro una forma fácil de salir de la misma. Doy vueltas en mi cabeza a qué me está ocurriendo y por qué, pues no veo el sentido a que hayan secuestrado a un pobre invidente que no hace daño a nadie, o encerrarme en un lugar del que resultó tan sencillo salir para ahora quedar aquí atrapado en un recinto más grande. Empiezo a perder la consciencia cuando oigo unas pisadas en el extremo más alejado, seguido de una puerta que se abre.

—Ahí está el maldito bicho. Con todo el lío de la avería en el motor y traerlo a tu taller hasta me había olvidado de que lo había dejado en el asiento de atrás. Pero aprovechamos y nos lo tomamos de cena, si tienes pimentón a mano. Joder, ahora que lo veo, nunca mejor dicho, lo de más perdido que un pulpo en un garaje.

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