Te miras las manos, subes los guantes. La puerta del centro comercial se abre. El aire caliente te baña como una ola, alejando el frío de la calle. Hay gente, mucha gente, montones de gente con mascarillas azules. Ves una rosa. FFP2.
Sigues adelante, evitando pensar en las mascarillas rosas FFP2 de gran calidad y precio. Te pondrás de mal humor y quizás al final incluso pueda pasar algo. Pero ahora lo tienes controlado. Tomas la medicación. Vas a terapia. Terapia con tus padres y con tu hermana Rosa. Rosa, como la mascarilla. Ella no suele llevar mascarilla. Siempre se la quita cuando va en el coche con tus padres. Te parece fatal. Pero se burla de ti si se lo dices. Te llama loro de repetición. Que solo repites lo que ves en la tele.
En el centro de día no hay mascarillas rosas, ni negras, ni siquiera blancas. Son todas azules, quirúrgicas. Son las que manda la diputación. Son gratis. Gratis no. Papá dice que las paga él de lo que le roban con los impuestos. Mamá compra mascarillas rosas, pero de las quirúrgicas. No sabes por qué lo que más le preocupa es el color. Ni la filtración entrante y el flujo saliente, ni los puntos de fijación... Dice que no gasta dinero en FFP2, aunque sabe que son las más seguras, porque te escucha cuando se lo cuentas durante muchos minutos, muchas veces, y te dice sí, sí, cariño, sí.
Un golpe, alguien ha chocado contigo mientras daba vueltas mirando el árbol de Navidad de los grandes almacenes. Disculpa, no te he visto, dice. ¿Cómo no te va a ver? Si mides un metro ochenta y nueve, casi uno noventa, pero ahora estás muy gordo, tan gordo que se han comprimido las vértebras de tu columna hasta convertirte en un indiferente metro ochenta y nueve. Eso te dice papá, gordo.
Mamá le dice que se calle, papá dice que estás gordo. Papá cuenta siempre la verdad aunque mamá se enfade. Antes te decían, qué alto. ¿Cuánto mides? Decían. Uno noventa, respondías, bien se ve, te decían, eres muy alto te decían. Pero ahora resulta que no, se ríen y te dicen, te dicen, eh, eh, eh, casi uno noventa, casi.
Se han cruzado una, dos, tres, personas con mascarillas FFP2 de alto rendimiento rosas. El patrón está claro si recuerdas todo lo que pasa cada día, cada hora. ¿Qué pastilla es la de la cabeza? ¿La azul o la rosa? Odias el color rosa. Una es para la tensión pero no es la rosa. La tensión no se ve ni se siente, dice el médico. Alguien vuelve a chocar contra ti junto a las colonias para hombre. Disculpa, no te he visto, dice. Parece una persona distinta, pero te ha dicho exactamente lo mismo que la otra. La del árbol de Navidad con mascarilla rosa.
No puede ser casualidad. La miras fijamente a los ojos, un buen rato, desde tu metro ochenta y nueve, casi noventa, de estatura. La doctora Palomo insiste en que has de ser amable, que las cosas casi nunca son lo que nos imaginamos, que hay que dar a la gente la oportunidad de explicarse. La mujer, sin embargo, tras cinco segundos, se va. Sin decir algo. Al menos no lleva una mascarilla rosa FFP2. Es de tela, de esas que no sirven de nada, de color blanco. El carmín ha traspasado el tejido formando una sonrisa. No puede ser casualidad. La doctora Palomo dice que hay que tener calma, contar uno dos tres. O más. Hasta ciento ochenta y nueve si es necesario. La mujer se aleja sin parar de mirarte.
Estás enfadado. La música del centro comercial está tan alta. La calefacción a todo trapo. Sudas debajo del plumífero, de la bufanda, el gorro de lana, el pantalón vaquero, el pantalón para la lluvia, las camisetas interiores térmicas, el jersey con un reno que te regaló Rosa las navidades pasadas porque le pareció que tenía mucha gracia y porque lo había visto en una película graciosa y que tenía mucha gracia.
No te hace gracia. Pero la doctora Palomo dice que hay que tener paciencia con los demás y más si estos son familia, como Rosa. Rosa. Rosa. Blanca. Blanca. Azul. No puede ser casualidad. Tres dos uno.
Subes por la escalera mecánica a la planta de gangas. Ves a la gente bajando por la escalera de al lado. El patrón se repite dos veces. Rosa. Rosa. Rosa. Blanca. Blanca. Azul. Hay demasiadas mascarillas rosas. Nunca habías visto tantas juntas.
En el centro solo la psicóloga, Ana María, tiene una. Ana María es muy simpática. Simpática pero indiferente. Le propusiste salir con ella un día. Pero dijo que estaba muy liada, que quizá otra vez. Le preguntaste a la semana siguiente si podría ser la vez esa semana. Sonrió incómoda y dijo que claro, que iba a mirar su agenda. Luego llegó Jesús. Jesús es tu persona de referencia. Te lo asignaron porque es tan alto como tú, eso les oíste una vez en la sala de la televisión.
Te dice que la gente del centro no podía verse fuera de él, y que Ana María se fue. Se fue. Que no le pidieses para salir. Porque Ana María Se Fue era demasiado amable para decirte que no, que no podía. Y tú le dijiste a Jesús que entonces si no estuvieses en el centro si podrías pedirle y él te dijo que no y levantó un poco la voz y cuando le dijiste que por qué no, te dijo que eras muy listo cuando querías, y que bien que entendías. Que no y punto y que no le volvieses a decir nada, que no le gustaba a Ana María y no le gustaba a él tampoco. Que no insistieses tanto.
Te habló un poco más alto de lo que suele. Y llamó a Rodrigo. Y como siempre usa mascarilla azul, de esas que no sirven para nada, pues lo oíste muy alto y muy claro. Y después de eso el NO, NO, NO, cada vez que le preguntaste porque no entendías.
No estás seguro si fuiste demasiado insistente. No recuerdas bien cómo acabaste en el suelo y Jesús y Martín y Rodrigo y también Jacobo. Te agarraban y Ana María había vuelto. Les decía, cógele de ahí, cógele de allá, y te hablaba muy bajito desde dentro de su mascarilla rosa diciendo que te tranquilizases.
Y ahí entendiste que Ana María no quería nada contigo, estuvieses en el centro o no. Y te pareció mal, porque Ana María siempre te trataba como si fueses especial y te decía que todo lo que hacías estaba fenomenal, la misma cosa que luego tu padre guardaba en un armario sin mirarla. La misma cosa que un día en el metro un barrendero cogió del banco dónde la habías apoyado y la tiró a la basura.
Alguien te golpea. Oyes risas. Son dos chicas que corren escaleras mecánicas arriba. Disculpa, no te he visto. Pero ni siquiera se giran.
Gritas, gritas muy fuerte. Gritas tan fuerte que hasta la música parece detenerse.
La gente de la escalera, arriba y abajo, se aleja de ti. Los de la escalera de enfrente te miran. Se los lleva la corriente. Las chicas se han dado la vuelta. Una de ellas se baja la mascarilla. Sus labios están pintados de carmín y gritan, que qué te pasa tío, que qué te pasa tío. Un hombre ha subido por las escaleras. Es grande y fuerte. Debe de medir por lo menos uno noventa. Está a punto de agarrarte de la mano. Quiere tocarte. Si lo hace no podrás ser comprensivo como pide la doctora Palomo.
Lleva una mascarilla mojada por el vapor de su aliento. Asco. Pero la escalera mecánica llega a la planta y te bajas. El hombre, que tiene la mano extendida como la pinza de un muñeco de plástico decide seguir subiendo. Te quedas paralizado, la gente que sale por la escalera mecánica te esquiva. Se han olvidado casi de ti. Rosa. Rosa. Azul. Azul. Rosa. Azul. Azul. Azul. Blanca. Hay un patrón. Te quedas mirando a las escaleras durante minutos. El patrón se repite. Solo hay que esperar y memorizar. La doctora dice que recuerdes el plan que tenías. El que tenías al salir de casa.
Giras en redondo, buscas entre las ofertas. Feas. Nadie las quiere. Eso dice tu madre. Son seguras, son filtrantes, son FFP2, son perfectamente ajustables a la cara, con bridas de cabeza. Son verdes.
El patrón está claro. Lo has visto durante toda la pandemia. El problema es el patrón. Vas a regalar mascarillas verdes a papá y mamá que no te toman en serio, a Rosita que se ríe de ti, a Jesús, Jacobo, Martín, Rodrigo, para que no te agarren, a la psiquiatra Palomo que dice que eres neurodivergente, a Carmela la cocinera que hace patatas fritas blandas, a Ana María, porque se fue buscando el sol en la playa.
Comentarios
Me encanta este relato, creo que has captado muy muy bien el espectro autista. Y está escrito con tal naturalidad que te fundes con el protagonista en su emocionalidad. Toda una experiencia esta historia. Buenísimo trabajo.
@Kalleidoscope aunque inicialmente no pretendía que fuese sobre el TEA, luego lo rehice para enfocarlo así y me salió de una tacada. Quería tocar un poco el tema de la indiferencia e incluso cierta crueldad del entorno de la persona con autismo, incluso con la mejor intención.
Me hubiese gustado un poco más de nota y que fuese comprensible para la gente que no está relacionada con personas del espectro, pero no todos los jueces lo entendieron así.
Muchas gracias por comentar, me anima mucho lo que has dicho.
Felicidades. Solamente me sale esto. Si no tienes alguien cerca con algún grado de autismo, -o eres alguien empático- es posible que no aceptes leer este relato con la mente abierta. Yo lo veo muy bien escrito, y con ese guiño especial del final. Los autistas son personas muy inteligentes, en su mayoría, y tienen pautas para vivir su vida a su manera, que los llamados normales no entendemos. Escritos como este pueden ayudar a entender mejor esa situación social y personal. Trabájalo un poco más, creo que merece mayor recorrido que solamente este espacio.
@Farran pues muchas gracias por pasarte por aquí a comentar, la verdad que levanta el ánimo ver que algunos os gusta.
La manera de escribirlo pretende reflejar ese flujo de ideas rápido en el que se entremezcla el pensamiento con los estímulos y con el intento de comprender la realidad y sobre todo la sutileza e impostura de las relaciones sociales.
Muy agradecido por tus palabras.
Coincido con vosotros en que merece mayor nota y mayor difusión @Jon_Artaza @Farran
@Kalleidoscope es usted una vampiresa no muerta encantadora. :D
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