Un grupo de personas, al otro lado de la calle contemplaban cómo las llamas devoraban una casa, sin poder hacer nada para evitarlo.
A través de la ventana principal de la planta baja; una lengua de fuego se empeñaba en dejarse ver; teñía de negro la fachada y se alimentaba de todo cuanto la casa contenía.
Entre los espectadores, Pedro contemplaba, impotente, como la destrucción iba a ser total e imparable.
Los bomberos no tardaron en llegar y se organizaron ante la mirada nerviosa e impaciente del improvisado público.
El fuego entró sin permiso en el dormitorio principal. Las llamas invadieron la cama en la que por primera vez hizo el amor con Marta. Esa en la que habían compartido sueños, deseos y confidencias.
Una llama rozó el álbum de fotos sobre la mesita de noche y comenzó a ennegrecer cientos de recuerdos en forma de fotografías en las que aparecían juntos.
En la calle, Pedro sintió una mano sobre su hombro.
—Dónde está Marta —pregunto con miedo en la voz.
—No lo … —intentó decir Pedro, pero no pudo acabar la frase, un
llanto desgarrador se la impidió.
El álbum, ya casi calcinado, era una vida en imágenes, de su enamoramiento y más tarde consolidación como pareja. En las primeras hojas podía verse cómo se besaban. Marta siempre hacía rabiar a Pedro al recordar aquello:
—Mira, en esta foto, todavía no te quería —decía entre risas—, me gustabas un poco pero nada más —le decía.
El fuego podría haber observado a Pedro convaleciente en el hospital, tumbado en la camilla junto a Marta, se les podía ver muy felices. Podría haberse apiadado de esos recuerdos, pero no lo hizo.
En aquellas visitas se forjó algo que ni ellos mismos esperaban. Con la amistad por bandera, habían acordado no pasar de ahí. Fue quince años atrás, Pedro había sufrido un accidente y había perdido la mano izquierda. Su amiga, Marta, iba a verlo regularmente. «Demasiado», decía su madre. Un día, estuvieron mirándose largo rato sin decir nada, sin hablar, y fue entonces desde aquel momento, cuando no se separaron jamás.
El fuego engulló el álbum sin miramientos. Sin detenerse a contemplar la vida que narraba, la historia que contaba. Sin saberlo, estaba quemando sentimientos, ilusión y amor.
En la calle los bomberos luchaban por tomar el control de la situación. Tras unos interminables minutos, consiguieron ganar la batalla, haciendo retroceder al fuego, hasta aniquilarlo. Sin embargo, todo había sucumbido a su poder. Pedro había perdido mucho más que su hogar.
Un coche estuvo a punto de chocar contra el imponente camión rojo; se detuvo bruscamente junto a Pedro. Una mujer bajó del coche atropelladamente y, sin cerrar la puerta, se abalanzó sobre éste, que empezó a llorar de nuevo, al verla.
—¡Pedro! ¿Estás bien? —quiso saber Marta, mientras le abrazaba.
—Marta, lo hemos perdido todo —dijo casi sin voz.
—No, Pedro, no hemos perdido nada. Estamos bien.
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