—No se nos ha dado mal hoy, ¿no? Nos merecemos un par de cervezas.

—El entrenamiento ha estado bien. Has mejorado mucho la puntería, Althea. Además, eres más rápida con el puñal. Te has empleado a fondo estas semanas que he estado fuera. Tal vez ya no te haga falta…

—Gracias, Barret. Pero eso nunca, si no te tuviera pegado a mi nuca observando mis progresos lo habría dejado hace tiempo.

—¿Sigues saliendo a correr por el puerto? —preguntó, como si él no la observara siempre desde la ventana de su habitación en la posada.

—Todas las noches. A veces acabo sin aliento, pero eso me gusta. Me hace sentir la acción de la pelea y la fatiga de después.

—¿Y ejercicios con peso? —Por supuesto; había notado los músculos de sus brazos más duros.

—Me ejercito entre las jarcias: arrío las velas, amontono sacos, giro el timón y lo mantengo en posición cuando estamos en mar abierto… Mi padre me deja moverme a mis anchas por el barco.

—Vas a ser una capitana dura de roer… ¿Sabes ya cuándo ocurrirá eso?

—Desde que cumplió cincuenta, mi padre no deja de quejarse de algunas funciones… pero creo que le tiene demasiado cariño a su cargo. Tardará algunos años.

—Seguro que irá delegando en ti, Althea…

—¿¡Althea!? —Un hombre en la mesa contigua la miró a través de sus cejas fruncidas—. ¿La hija de Sidney?

—Sí… —Su afirmación quedó interrumpida por una botella que voló hacia su cara. Esquivó el golpe, pero el vino manchó sus pantalones.

—Dile a tu padre de mi parte que es un cabrón.

—No pienso insultar a mi padre. ¿Puedo saber el porqué de tu irritación?

—Me robó un mercado hará unos diez años. Las islas Pelican llevaban ese nombre por mi abuelo, y eran mi territorio. Tu papaíto hizo creer a los isleños que sus especias eran mejores que las mías. Hundió mi negocio…

—Lo siento… Pero yo no tuve nada que ver con eso.

—No te preocupes, yo hundiré su barco.

Althea y Barret se levantaron de golpe.

—Ni se le ocurra amenazar a mi barco ni a mi tripulación.

—¡Oh! ¿Ahora eres tú la capitana? Entonces no me costará demasiado vengarme.

Althea colocó su puñal contra la nuez del hombretón. La taberna del puerto guardó silencio para escuchar el roce de la hoja, que acompañó a la voz de la mujer.

—Mi madre era pirata. No la recuerdo, pero dicen que tengo algo de su sangre y su piedad. ¿Me permitirás probar tu bravuconería en mar abierto?

—¿¡De verdad, Althea!? ¿¡Un bombardeo!? Estás loca…

—Barret, conozco mi temor, pero cuento con mi tripulación para callar las sandeces de ese hombre. ¿Cuento contigo?

Althea tuvo el honor de prender el primer cañón. Temblorosa por encontrarse tan cerca de la pólvora y el fuego, acercó la cerilla a la mecha y se alejó del arma. El eco de la explosión la dejó tiritando y mirándose las manos, completamente sanas.

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