Marina acelera el paso. El pequeño bosque que separa la aldea y su barrio le parece inacabable. La linterna de su móvil no impide que dé un traspié. «No debería haber bebido tanto». Pero tiene diecisiete años y son las fiestas del municipio.

La proximidad del río hace que el terreno esté húmedo y las hojas crujan a cada paso. Esta vez ha sonado una especie de eco después de su pisada. Se gira, pero no ve a nadie, así que continúa andando, con zancadas más largas. Coge el teléfono con fuerza porque tiene las manos sudadas. Piensa en llamar a sus amigas por enésima vez.

Julia y Ainoa deberían estar ahí con ella. Saben que tiene mucho miedo a la oscuridad. Incluso sigue durmiendo con una lucecita encendida.

La linterna se apaga. «Poca batería». Piensa que no debería haberse hecho tantas fotos, que debería haber sido más precavida. Aún puede iluminar algo el camino con la pantalla. Se muerde el labio superior y lucha porque las lágrimas no le inunden la visión.

Seguramente sus amigas han vuelto a casa, piensa. Probablemente la vieron con Luis. Es un poco mayor y tiene coche. No es como los niñatos de ese pueblo. Como Jorge, que se ha pasado toda la noche intentando acompañarla a casa

Del árbol más próximo, un búho alza el vuelo con un ululato y Marina retrocede. El suelo mojado hace que sus tacones se deslicen y cae de espaldas contra un árbol. Se lleva la mano al codo, raspado con la corteza. Decide quitarse los tacones y seguir con ellos en la mano. Hay algo que no va bien, piensa. El efecto del alcohol debería haber pasado, pero sigue notándose embotada.

Camina de manera más silenciosa, así que se concentra en reconocer cada sonido a su alrededor. Entre el ruido de las ramas chocando entre sí percibe un tintineo metálico. Mira hacia atrás y le parece ver una forma entre los árboles. Así que echa a correr rezando para no caerse. Acto seguido, oye un par de botas contra la tierra. Una figura alta la sigue.

El final del bosque está a unos cincuenta metros. Si se fuerza, puede llegar a las primeras casas y pedir ayuda. Solo veinte metros más.

La sombra la alcanza golpeándole la cabeza. Marina cae inconsciente y él la arrastra hacia la penumbra del bosque.

Cuando se despierta nota presión sin dolor, como si estuviese anestesiada. Abre los ojos con dificultad y ve a Luis. Él le tapa la boca y sigue penetrándola con fuerza. Las lágrimas le resbalan por los laterales de la cara. «Ha sido mi culpa», «me lo merezco», «yo lo he provocado», repite. Como si fuese un mantra.

Mientras Luis alcanza el orgasmo lleva las manos al cuello de Marina y aprieta.

«Ha sido mi culpa».

Carga sobre su hombro el cuerpo inerte de Marina.

«Me lo merezco».

La tira al río y deja que la corriente se lleve su delito.

«Yo lo he provocado».

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