—No dejaré que ninguna de ustedes dos trabajen más de la cuenta. —habló Cala, la madre. Por toda respuesta, una de las gemelas contestó ilusionada:

—¿Eso quiere decir que no tengo que barrer?

—No. Yo dije que no trabajarán en exceso, no que se quedarán todo el día ahí tiradas como un par de marsopas. —La otra gemela, Tulipán, soltó un soplido desganado, demostrando su inconformidad.

—Los gatos no tienen que trabajar, ¡eso es injusto! —del otro lado de la sala, un par de gatos maullaron al saber que hablaban de ellos:

—¡Miau!

—¡Los gatos son gatos! ¿Acaso alguna vez viste un gato trabajar? —Mamá estaba empezando a impacientarse.

—Puede ser —soltó Tulipán. Del otro lado de la mesa cuadrada, su gemela Violeta le estaba haciendo señas con la cabeza; mejor no desesperar a su madre. Madre que, de hecho, bufó.

—Mira, si sigues así, trabajarás más de la cuenta y no me importará.

Influenciada por su hermana, Tulipán pidió perdón a su madre; cosa rara, el orgullo de Tulipán era muy... orgulloso. Cala suspiró y volvió al trabajo de repartir tareas:

—Bien, ¿dónde iba?

—Yo barría y Tulipán trapeaba.

—Ah, sí. Luego de eso, Tulipán, vas a limpiar el baño de abajo y pasar el plumero.

—¿Y por qué yo el plumero?

—¿Vas a cuestionar todo?

—Sí.

—Porque sos más alta. Violeta, vos vas limpiar el baño de arriba, cerrar las cortinas y tender la ropa. Ah, y no hace falta mencionar que...

—Tenemos que hacernos las camas y guardar nuestra ropa. Sí —interrumpieron al unísono las gemelas, como repitiendo un cántico irritante. Quizás eso era lo que estaban haciendo.

—Exacto. Pórtense bien mientras yo no esté y pónganle de comer a los gatos. El casamiento termina a la madrugada, así que nos vemos mañana. ¡Casi lo olvido! Esa ropa sáquensela y pónganla para lavar. Ya está muy sucia.

—Pero mamá...

—Ya sé que es su prenda favorita, justamente, trátenla con cuidado e higiene.

A las niñas les gustaba su vestuario. Tulipán llevaba pantalones negros de pana y una blusa beige, con tulipanes (justamente por eso era su favorito). Violeta, por su parte, llevaba un bonito vestido de encaje violeta (justamente por eso era su favorito). Venían de una fiesta. Y su madre ya se estaba yendo a otra. Sin embargo, era la primera vez que las dejaba solas...

¡Dejarlas solas! Qué grandes estaban.

—¿Qué nos miras? —a Tulipán no le gustaba que la miraran.

—Es que... nada. Uy, uy, uy, qué suerte que me acordé. La comida está en la heladera, no se olviden de lavar los platos después.

—¿Querés que te cambiemos el techo, también? —gruño Tulipán.

—No seas desdeñosa —Violeta estaba harta de que su hermana contestara.

—Bueno, chicas, hasta mañana a la mañana. —Cala les plantó un beso en cada mejilla y se fue a su fiesta. Dejándolas solas...

Demás está decir que ninguna de las chicas hizo nada de lo que su madre les pidió.

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