No paro de mirar a la araña que tengo junto a mí sobre la mesa de experimentos. Sé que no puede abandonar ese bote de cristal en el que está recluida, pero mi aracnofobia siempre se las apaña para inventar mil formas en las que podría salir de ahí. No obstante, aunque escapara, mi traje me protegería de su mordedura, pues la goma es lo suficientemente gruesa como para impedir que sus mandíbulas penetren hasta el interior, donde me hallo a salvo. Pero eso no consigue tranquilizarme. Estoy deseando terminar este dichoso experimento y pasar a otra tarea en la que no se incluyan arácnidos.
Unos golpes en el cristal y la cara descompuesta de mi compañero, que controla el experimento desde el exterior de la sala blanca en la que me encuentro, me hacen salir de mi ensoñación y centrarme en los líquidos que estoy empezando a mezclar. Aunque intento retirar la mano que está vertiendo el reactivo, compruebo horrorizado que la reacción ya ha comenzado en el matraz que tengo delante. Después, un fogonazo y todo se vuelve negro a mi alrededor.
Despierto. Me duele todo el cuerpo, pero, al parecer, la explosión no ha llegado a dañar el traje protector. Es un auténtico milagro, porque los gases de los compuestos que han reaccionado me matarían con tan solo inhalar una bocanada.
—¡Mierda! —maldigo en voz alta al ver el frasco que contenía a la araña roto sobre la mesa.
Pego la espalda al armario que tengo detrás y empiezo a escudriñar frenéticamente cada rincón de la sala. No veo al dichoso bicho por ningún lado, pero sé que está en alguna parte, acechándome. Alzo entonces la vista en busca de ayuda exterior, pero ahí fuera no hay nadie. Es muy extraño, la explosión solo ha causado daños en el interior, y el protocolo no dice nada de abandonar la vigilancia de la sala ante un incidente. Se reporta por la línea de emergencia y se queda uno en su puesto, apoyando al que está dentro.
—¡Mike! —le ladro al intercomunicador con la esperanza de ver asomar la cabeza de mi compañero tras su escritorio. Pero nada.
Me levanto y cambio de posición para intentar ver la sala superior desde otro ángulo y entonces la veo. Es tan solo un movimiento en los márgenes de mi campo visual, pero sé inmediatamente lo que es. Es ella, que tras la explosión ha aumentado de manera exponencial su tamaño y está a punto de atraparme. No tengo dónde esconderme ni a dónde huir. Soy una presa fácil. Entonces, salta sobre mí y me atrapa entre sus peludas patas. Empieza a acercar sus babeantes mandíbulas hacia mi rostro. No tiene prisa, sabe que no puedo escapar. Voy a morir.
—John. —La voz de Mike, acompañada de unos golpecitos en el cristal de la sala blanca, me despierta—. ¿Te encuentras bien?
Suspiro al ver a la araña de nuevo en su bote de cristal y todo en orden.
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