—¿Seguro que es aquí? —pregunta Marga.
Los dos miramos con desconfianza el almacén al que nos ha llevado la dirección que le sacamos al soplón de Tony. Es un maleante de tan poca monta que nos compensa más tenerle en las calles que meterle en la cárcel. Le detenemos cada vez que creemos que puede saber algo interesante para nuestros casos. Normalmente conmigo se pone chulo y se hace el gallito, pero con mi compañera canta a la primera.
—Eso pone aquí. —Compruebo los datos en mi móvil y luego le muestro la pantalla.
—Entonces… será mejor que entremos.
Asiento con la cabeza y saco la pistola de la funda en mi cadera. Compruebo que esté cargada y la sujeto bien. A mi lado, Marga hace lo mismo con su propia arma. Raúl, la tercera rueda de nuestro equipo hasta que su compañero vuelva de la baja, ya está listo e impaciente por entrar. Vestimos de paisano, con ropa oscura y botas resistentes porque no sabemos que encontraremos dentro.
Este asesino lleva dos meses aterrorizando la ciudad. Cada semana secuestra a un hombre y una mujer para luego tirar sus cadáveres en sitios al azar. No hemos descubierto la relación entre esos sitios, si es que existe alguna, pero no somos unos inútiles, sí que tenemos una buena pista. Todo indica que asesina en el mismo lugar. Si lo encontramos, también le encontraremos a él. O a ella, porque aún no hemos descartado ninguna posibilidad.
Según Tony, los bajos fondos hace tiempo que evitan esta zona. Se rumorea que es mejor estar lejos de este almacén, el que tiene las ventanas del primer piso ahumadas y las puertas pintadas de negro, cuando cae la noche. Dentro el aire es seco y huele a polvo, aunque no tanto como debería en un lugar tan grande que lleva cerrado más de una década. Marga, que también debe intuir que hay algo extraño, se lleva un dedo a los labios para pedir silencio.
Nos dividimos para explorar el almacén. Avanzo despacio. Es muy difícil ver algo y hay un montón de trastos apilados y cubiertos con sábanas que me dificultan el paso. No parece que haya nadie, todo está en silencio y la única luz viene de la pequeña linterna que usa Raúl.
Los pasos ligeros de mi compañera la delatan cuando se acerca por mi izquierda.
—¿Pista falsa? —susurra Marga decepcionada.
—Eso parece… ¿Raúl? ¿Ves algo? —pregunto atreviéndome a alzar un poco la voz y enfundando la pistola.
La luz se acerca hasta que su silueta es claramente visible, justo interponiéndose entre nosotros y la salida.
—A los dos nuevos cadáveres que encontraran mañana —responde con una sonrisa fría que no alcanza sus ojos mientras nos apunta con la pistola.
Por el rabillo del ojo veo que Marga levanta su arma y busco la mía, arrepintiéndome de haberla guardado. Raúl me ciega apuntándome con la linterna a la cara y entonces escucho un disparo.
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