Los campos de cultivo estaban vacíos salvo el trigal, éste logró soportar hasta el último día de verano, pero, aun así, no conseguía apaciguar la soledad en los campos.

Estábamos caminando en medio de la noche por un sendero natural formado por segar las cosechas. Nos aproximamos en fila india a un gran umbral creado improvisadamente por ramas de árboles entrelazados. Cada segundo más cerca, la luz tras el umbral aumentaba opacando la débil iluminación de las velas que cada integrante de la hilera llevaba.

A nuestros lados se extendía una gran planicie y con ella oscuridad total. Lo sentía, algo se aproximaba velozmente, como si ignorara el hecho de que pudiéramos verlo a pesar de la frágil luz de la luna... se veían sombras, sombras jugueteando en medio del trigo lejano. Para mí el fin del verano no era buen presentimiento.

Luego de caminar por horas, tras pasar el portón natural, la luz existente detrás de él, entrecerró mis ojos cubiertos en la máscara; Una gran fogata en el centro que ardía con fuerza no era solo la causal, también eran los candeleros sujetados por largas cuerdas atadas de extremo a extremo a árboles que rodeaban en círculo natural el campamento. Además, había grandes mesas con platillos elaborados en base a una cosecha fresca y aparentemente próspera, cada platillo era rodeado por unas tres velas y así mismo, las mesas respetaban la circunferencia formada por los árboles.

"Es demasiada comida para nosotros" pensé.

Nos organizamos en torno a la fogata que estaba sobre un círculo de piedra de dos palmos de altura. Junto a ella un pináculo formado por escaleras de piedra que daba a la fogata. Ahí, arriba, el anfitrión esperaba para iniciar el festín.

El fuego desvaneció el frío y la calidez aumentó un sosiego extraño. Podía oler los platillos, sentir su aroma fresco. Con un gestó la sombra enmascarada sobre el pináculo indico que nos trajeran un pasaboca.

Mientras comíamos de pies, la música orquestada por tambores retumbaba en mis oídos, incrementó su ritmo mientras mi paladar degustaba la pequeña muestra de comida. Con un sabor peculiar, que, al sentirlo, me asqueó.

Con otro gesto él hizo cesar la música. Mis ojos a diferencia de mi cuerpo se movían frenéticamente por buscar comportamientos extraños entre la muchedumbre, pero era imposible distinguir entre la multitud de túnicas negras y antifaces, que era real o no. Sabía que este era el día en el que los muertos salían a cazar. Esperaba que mi máscara me encubriera, engañandolos. 

Sombras zumbaban pasando veloces, risas lejanas susurraban a través del silencio multitudinario. ¿Qué aseguraba que, al retirar la máscara a un convidado, no encontraría las mismas fauces del diablo?

Volví a sentirlos, las cosas que nos siguieron por horas ya habían llegado.

"Ha sido muy próspera esta cosecha, debemos dar ofrenda. Nos Alimentaron, los alimentaremos también" manifestó el convidante.

Aplaste  con mis dedos la llama de mi vela horrorizado, rogando sobrevivir. Tenía que esconderme, no expresar miedo. 

El verdadero festín comenzó. Ocultate o se devorado.


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