Selida no había dormido nada aquella noche. Y que le hicieran salir de su cómoda cama al otro lado de la ciudad no le hacía ni una pizca de gracia.

Para cuando llegó estaba todo acordonado, las luces de alerta y aviso le molestaban en sus retinas. Creía que ya era ilegal usarlas, sobre todo a ese lado de la Luna, donde sí hay poca visibilidad, pero las estrellas y las linternas no te dejan ciega.

Había tenido tres sospechosos. Entre ellos al ya no tan joven Insel, que desde su adolescencia había sembrado el caos en ambas caras de la Luna, a ella misma le había costado dos veces su puesto y hasta su cordura. Estaba sentado en un sillón, parecía mirarla con una sonrisa. También estaba su ilustre abuelo. Wreth no solo había sido su tutor legal en sus años más tenebrosos, sino que además se trataba del dueño del Museo. Su casa era toda una delicia verla, ahora hacia un lindo y asqueroso contraste con lo que había en su sótano. Las paredes y los muebles estaban manchados con la sangre del cadáver. Y se trataba de un amigo de Insel.

Luego estaba la sirvienta que se había encontrado el cadáver en su rutina de limpieza. Sin embargo, el cadáver no era lo importante aquí. Sino el robo.

Wreth se lo confesó con miedo. ¿Cómo osaba tener eso? Estaban prohibidos por algo. Se excusó con que un Museo debía de albergar de todo. Sí, eso se lo compraba, ¿pero cómo se te ocurría tener unos girasoles? Y encima teniendo el nieto que tienes…

La coartada de Insel era dudosa ya que había estado esa misma noche con el muerto, sí, en una copa de vino estaba su saliva y no parecía haber veneno por ningún lado. Y ambos cuerpos estaban cubiertos de moratones sobre todo hacia el cuello.

—Ya se lo he dicho, no tenía ni idea de que el viejo los tuviera —gritó por decimoquinta vez. Después le explicó cómo debería hacer su trabajo, algo de salir a buscar quien tuviera los dichosos girasoles. Como si buscar a lo tonto sirviera de algo.

Sin embargo, tras dejarlo en custodia de unos agentes salió a peinar las zonas, sobre todo las más altas.

Cuando llegó fue tarde. Lo supo porque el ambiente se volvió extraño, era como si la tierra se moviese diferente, como si el magnetismo hasta ahora existente dejara de hacerlo.

En la cumbre más alta le vio, comportándose como un auténtico terrícola. Tenía el ramo de girasoles en sus manos arrugadas y el Sol se movía y consigo podía ver cómo la Tierra (y seguramente el resto de cuerpos celestes también) colapsaba, como hubiera hecho Plutón, se deshacía del eje que había seguido durante siglos.

Wreth reía como un niño que ve cómo funciona un juguete. 

Había matado al amante de su nieto y fingido un robo para actuar a sus anchas. No parecía comprender todo lo que había desatado. La Vía Láctea se había cortado.

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