Lo que dijo la vieja. 


Era jueves, día de mercado. Estaba sentada a la puerta de mi casa oyendo el cántico de los vendedores que pregonaban su mercancía. En el aire flotaba esa deliciosa mezcla de naranjas, berzas, carne sangrante y pescado salado. Daban ganas de ponerse a cocinar, pero aún era temprano. Una mano —la manita de mi sobrina— me tiró de la manga. 

—¡Tía, venga conmigo! ¡Una mujer se ha puesto de parto!

Puse la mano sobre su hombro y dejé que me guiase. Cuando me detuve, le pregunté.

—¿Dónde está?

—Ahí, en el suelo, tumbada. Antes estaba acuclillada, pero el niño no sale.

Toqué el suelo hasta encontrar sus piernas. Desde ahí, llegue a su sexo. Estaba ya preparada para dar a luz al niño, pero no se sentía la cabeza. Tanteé su vientre.

—El niño viene de pies. Deja de empujar.

Introduje mis manos con cuidado para darle la vuelta al niño.

—Ahora está. Empuja.

Sentí cómo asomaba la cabeza. Cogí al niño con cuidado y lo dejé sobre el pecho de su madre, para que buscase la teta.

Pero, por alguna extraña razón, las mujeres de alrededor comenzaron a gritar y me llovieron palos.


Lo que dijo la joven.

Me llegó por la ventana un olor a buñuelos y deseé comprar unos cuantos para comerlos con mi madre, cuando viniera ese viernes a hacerme compañía. Esperaba que ya quedase poco para el parto, pero no sospechaba que iba a romper agua en medio de la plaza, con todas las mujeres mirándome. Una de las tenderas me acompañó detrás de su puesto y me acuclillé allí, esperando a que saliera el niño. Estaba exhausta ya, pero el niño no salía. Quise ir a mi casa, pero no me llegaban las fuerzas para ponerme en pie. Al fin, la tendera preguntó si había alguna comadrona en el pueblo. Una chiquilla se ofreció a buscarla y llegó, un buen rato después, con una vieja que tenía muy mal aspecto. Ni siquiera se lavó las manos antes de tocarme, pero fue capaz de colocar al niño. Después, burlonamente, dejó sobre mi regazo un paño envolviendo un bulto caliente. Al apartarlo para ver la cabeza de mi hijo, vi que el bulto estaba vacío. La maldita vieja había robado al niño. Pero las mujeres del pueblo le dieron su merecido.


Lo que dijo el borracho.

Lo juro, señor alcalde. Al pasar por la plaza del mercado, vacía, se escucha el llanto de un bebé. No, no son los niños de las casas vecinas. Tampoco son los gatos. El llanto viene del centro mismo de la plaza. No, no he bebido. Bueno, solo una copita. De hecho, tengo el gaznate seco. ¿Podría ofrecerme un poquillo de chicha?

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