Desde que habían colocado el árbol bajo el techo, Enok estaba tan fascinado que no había podido prestar atención al resto de ritos del Yule; había mirado sin ver cómo sus padres colgaban la cabra de paja, había olvidado cantar el Wassailing y tampoco se había acordado de saborear el delicioso guiso que su madre había preparado. Se dedicaba a dar vueltas alrededor del tronco y esconderse entre el follaje, soñando con lo que podría haber entre las ramas.

Cuando su madre intentó mandarle a la cama no quería marcharse sin encontrar el misterio oculto en el follaje. Aunque ella parecía enfadada, a su padre toda la situación pareció hacerle gracia: "Deja que el chico haga guardia." le decía a ella entre carcajadas "Así se hará un hombre". De esta manera Enok acabó a solas con el gran árbol y todos los secretos que escondía, un mundo entero que había logrado entrar en su sala de estar gracias a la festividad.

Al marcharse sus padres de la habitación, por primera vez en sus cinco años de vida se quedó a oscuras. Bueno, claro, lo hacía todas las noches, pero su madre solía dejar encendida una pequeña luz al lado de la puerta para su tranquilidad. Sin embargo, en esta ocasión no había nada y se encontraba envuelto por la penumbra salvo por... ¿Qué era eso? Una luz parpadeaba en el árbol, bastante arriba. Seguro que estaría mucho más a salvo si estaba allí.

Avanzó entre las ramas. Parecía un abeto normal pero ¿Qué había dicho su padre cuando lo trajo? ¿Qué era el Yggdrasil? Empezó a subir por el tronco, mucho más grueso que al principio. De hecho, el árbol  salía del techo de casa. Conocía el Yggdrasil por sus historias para dormirse. Sabía que era el árbol que sostenía mundos. Tenía miedo de perderse, porque podía terminar igual en el mundo de los dioses o en el de las sombras. Pero siguió avanzando, deseoso de saber qué era lo que le iluminaba.

Tras un rato escalando consiguió identificar la fuente de luz. Con cuidado, empezó a avanzar por la rama en la que estaba y sus pies pasaron de caminar sobre madera a hacerlo sobre algo esponjoso, pero firme. Miró hacia abajo y vio ¡Una nube! Y no solo bajo sus pies. Flotaban en el aire, formadas de nubes, todas las palabras que le daban miedo: Trolls, Jotuns, Oscuridad. Formadas por pedazos de nubes blancas, cada una aparecía iluminada desde dentro. Mirándolas, Enok comprendió que no debía tener miedo. Seguramente había acabado en el mundo de las palabras, y la luz le mostraba que todas aquellas cosas que siempre había temido eran apenas formas de nubes que cambiaban.

Cuando su madre le despertó con una sonrisa y un chocolate caliente, Enok se descubrió tumbado bajo el árbol, con una manta encima. Sus padres intentaron convencerle de que se había quedado dormido, pero él sabía la verdad: en su guardia había ido a otro mundo y se había hecho un hombre.



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