El ruido producido por la turba masculina de la aldea, alrededor del gran abeto, se distorsionó y sus colores se transformaron. Mi cabeza estaba a punto de estallar y sin duda esa era la causa de mis visiones diluidas entre sombras. Cerré los ojos antes de frotarlos con demasiado entusiasmo y los volví a abrir. Casi me caigo de la barca que flotaba en medio de aguas agitadas y oscuras. Los gritos del timonel agudizaron mi jaqueca ¿Cómo había llegado hasta allí?
Mi penúltimo recuerdo era la sobremesa delante de un buen trozo de Yule Log. Mi cuñada se había superado. Era el mejor pastel que había probado en mi vida. Salí con los demás a engalanar el árbol con dulces, cumpliendo la tradición de la noche más larga del año y después...
Negrura.
Un grito me sacó de mis elucubraciones. La barca había encallado y caímos al agua. Como pude, traté de mantenerme a flote con vanos esfuerzos hasta que me di cuenta de que era innecesario. Había poco calado y salimos caminando.
Ya en la orilla, noté que estaba seco o… ¿muerto? Eso explicaría la presencia de las muchachas guerreras de las que tantas veces había oído hablar desde niño en las reuniones de hoguera. Noté cómo la ropa se me pegaba al cuerpo y la vi desaparecer hasta quedar tapando solo mis vergüenzas. Tuve calor y una sed descontrolada y me acerqué a beber al río. El reflejo de mi imagen casi me vuelve loco. Mi piel se veía oscura e insana, la barba había desaparecido y unas plumas estaban enganchadas en mi pelo ¿oscuro?
Froté los ojos para arrancarme aquella visión y lo conseguí. Me hallaba de nuevo frente al gran árbol amenizado por los cantos empapados en alcohol del grupo. El sol estaba a punto de salir entre sus ramas. Era la hora de retirarse y dormir pero yo ¿ya lo había hecho?
Negrura.
Abrí los ojos y todo estaba en su sitio. Desde mi lecho cubierto de pieles, miraba los tablones inferiores del tejado de hierba y un molesto rayo de sol se colaba por la rendija de una ventana pendiente de arreglo.
Salí de la cabaña y hubo un gran alborozo. Me creían moribundo. Al parecer caí enfermo tras el recorrido del Wassail y ya habían pasado los doce días de las fiestas del solsticio de invierno mientras me consumía la fiebre. Sin embargo, yo me sentía renovado y conocedor de mi destino. Recordé los fragmentos que faltaban en mi sueño y con ellos, la revelación dada por los dioses.
Una luna después, partimos en dirección al ocaso. Bordeando trozos de hielo flotante más o menos grandes, pronto llegamos a la cálida y fértil tierra prometida. El círculo se había cerrado, cumpliendo la premonición. Y nosotros, habíamos hecho historia.
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