Cuenta la leyenda que el dicho “oro y plata, mala pata” plasma la rivalidad entre los habitantes de Orgelbt y Argentia. Los primeros, de tez dorada y reluciente como el sol, rechazaban que su metal más precioso, el oro, se encontrara con el de los argentos, la plata. Por ello, ambos se aseguraron de volar en tiempos diferentes para el comercio de sus metales en otros planetas; los primeros durante las horas de luz, y los segundos en los momentos bañados por la luna. Así, para garantizar que no se les asociara, difamaron que el oro y la plata no pueden combinarse, prohibiéndose también toda relación entre sus respectivos habitantes. Únicamente los gobernantes de estos planetas se reunían en los días de eclipse, pues se encontraban extremadamente cerca, al igual que el sol y la luna, para la renovación de los tratados de paz y de las prohibiciones de contacto entre orgelbtianos y argentos.
Quién podía imaginar que se estaba cociendo un romance prohibido en tales circunstancias. Ya lo dispuso así el destino, al concederles a los amantes Sol y Luna poder encontrarse en los eclipses, a pesar de los esfuerzos de Afrodita por separarlos. Desde que Goldert escuchó el sonido de Selene al tocar el piano con su cola, no pudo despegarse del lugar que daba a su balcón. Esto sucedió, justamente, durante un eclipse, donde Goldert decidió rebelarse y explorar aquel mundo tan odiado por los suyos: Argentia. Habiendo escalado hasta el balcón, no le extrañó encontrarse con una “plateada”, como su gente los llamaba con desprecio, aunque le sorprendió gratamente su piel azul y su pelo de plata pura, decorado con largas cadenas, quedando totalmente prendado. En lugar de huir en dirección contraria, llamó a la puerta, y la joven respondió a su llamada. Pasaron horas juntos, donde compartieron más de ellos mismos de lo que esperaban, conectando de manera muy profunda. Selene admiraba la calidez y soltura del orgelbtiano, y él la dulzura que ella desprendía. Prometieron mantener el contacto escribiéndose cartas, que enviaban cada día, en las que se hacían pasar por otras personas para que nadie sospechara. Lo que nació como amistad, terminó volviéndose amor, y es que el roce hace el cariño, y el cariño, el roce. Así, se visitaron durante todos los eclipses siguientes, fortaleciendo cada vez más su relación.
Finalmente, un catorce de febrero, los amantes decidieron huir, confiando en que alguno de los planetas por explorar estuviera hecho para su amor. Como prueba de este, hicieron algo inimaginable: intercambiaron anillos; uno de plata para Goldert, y uno de oro para Selene, lo que desmentía aquello que sus planetas habían luchado por mantener, que la plata y el oro no pueden unirse. Así, de la mano, alzaron el vuelo, suplicando no ser descubiertos, algo que, milagrosamente, se cumplió. Se dice que fue cosa de Afrodita, la que, tratando de redimirse de sus actos contra Sol y Luna, se ocupó de velar por el final feliz de tal amor.
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