—Con todo el respeto, comandante Beliere: está hecha una mierda.
Morana intenta incorporarse en la camilla, pero la herida de su estómago la obliga a permanecer donde está, y se conforma con devolverle una sonrisa burlona a la silueta que se recorta en el umbral.
—Le pago precisamente para solucionar eso, ¿o no, doctor Ascleo?
El recién llegado, un venuense de piel color caramelo, se reúne con ella tras cerrar la lona que sirve de entrada a la tienda. Al distinguir la sangre del uniforme destrozado, esboza una mueca.
—Dime... Dime por favor que no has...
—Les hemos hecho retroceder, Vrekyn. —le corta la marciana con voz tajante— ¡Hasta el cráter Endurance! Ha merecido la pena.
Del botiquín que reposa encima de una mesita, el venuense saca una aguja, hilo y una botellita de desinfectante. Su ceño está arrugado mientras extiende el líquido con ayuda de un algodón, y comienza a coser el enorme corte en silencio.
—Vamos, Vrekyn, no te enfades... Pareces un...
—No merecerá la pena si la escuadra Eyeka pierde a su comandante. —murmura el médico. Su voz es apenas un suspiro cuando añade:— Si te pierdo.
Sus pieles se encuentran, apenas un roce. Los dedos de él acarician el brazo color terracota de ella. Los ojos de la marciana se suavizan, y recorren su abdomen a medio curar, plagado de antiguas batallas.
Siempre ha sido así, desde que ambos eran niños. Cuidaban el uno del otro. Morana paraba los golpes, y Vrekyn sanaba los moratones. Siempre ha sido así, ¿por qué duele tanto entonces?
—Ya hemos hablado de esto... Los humanos son peligrosos. Y no pienso perderte porque a esos monstruos se les antoje un trozo de terreno fuera de su planeta a medio destrozar.
No era ningún secreto que la Tierra había conocido días mejores. El aire contaminado, los ríos llenos de productos tóxicos, la naturaleza quemada hasta las raíces...
Siempre es más sencillo derribar y construir sobre los restos, que sanar lo que está enfermo.
—No han llegado aún a Venus... —objeta él, sin levantar la mirada de su tarea— Podríamos...
—¿Huir? ¿Y qué haremos cuando lleguen? ¿Y qué pasa con los demás? ¿Con todos los demás? Si realizan semejantes masacres entre los suyos, ¿qué no le harán a unos alienígenas?
Con un último tirón, la herida desaparece bajo una hilera recta de puntadas. Con algo más de libertad de movimiento, Morana estira el cuello y besa el rostro contrario, sobre el que ya ha resbalado alguna lágrima.
—Todo saldrá bien, ¿de acuerdo? Obligaremos a esos humanos a largarse de Marte. Las cosas irán a mejor. Y podremos seguir adelante, tú y yo.
—Un nuevo comienzo. Lejos —coincide Vrekyn, más animado.
—Nos iremos a alguna de las lunas de Júpiter. Y podremos olvidarnos de los humanos, de la guerra y la muerte... Y del maldito desinfectante —arruga la nariz, disgustada—, que huele a pis de sullilak.
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