El Burning Ice Festival había regresado a Euterpe 85512b.

«¡Lo hemos conseguido!», se decía Zaid, como no había dejado de hacerlo desde hacía tres ciclos, cuando les comunicaron que volvían a invitarlos al festival, ¡pero esta vez tocarían en el escenario principal!, que ahora se estaba llenando con los hologramas y las medusas bioluminiscentes de BZY.

Su corazón no estaba preparado para ver a Ártiga, por eso, se agarró las mangas del kimono y dirigió la mirada a sus geta de diseño. Entonces, Nera la sobresaltó con un suave codazo. A su amiga le sentaba genial aquel tocado de tentáculos que le habían hecho en peluquería. Zaid se preocupó al ver la mirada severa en su rostro albiazul hasta que se percató de los auriculares de ultrasonidos que le tendía. De nuevo, Nera estaba en todo. Había soportado los suspiros de Zaid durante todo el viaje hasta el planeta y ahora estaba pidiéndole que se enfrentara por fin a su amor no resuelto.

De pronto, sonaron las primeras vibraciones, los cinco miembros de BZY salieron al escenario y arrancaron los gritos y los aplausos de los millones de extramundanos y locales que llenaban el recinto. Zaid rechazó los auriculares, no necesitaba percibir toda la escala sónica para sentir el estremecimiento y la emoción. Ártiga estaba radiante, un sol en medio de una paleta de colores del que se había enamorado más allá de la admiración y la rivalidad.

Antes de que se diera cuenta les avisaron para que ocuparan sus puestos tras el telón: Mina, a la izquierda con el acordeón de cinco manos; el veterano Ten, al fondo con la batería; Nera, a la derecha con el saxofón electrónico; y Zaid sostuvo con fuerza el ukelele en el centro. ¿Cómo se tomaría el público aquel cambio de ultramusic a música terrestre? Apenas quedaban músicos que recuperasen los instrumentos y estilos de la Tierra y muchos, como sus compañeros, habían encontrado la forma de modificar los arcaicos modelos terrestres, pero Zaid había empezado con aquel ukelele, su herencia, aunque esta se desdibujase después de siglos de mestizaje extraterrestre y solo quedaran de ella reminiscencias exóticas y una amalgama de estética japonesa y cultura pop. Y seguiría con él, con su sonido sencillo, ¿lo apreciaría aquella gente que ahora jaleaba a BZY?

Poco a poco, las voces y los aplausos se extinguieron y, de pronto, las luces los enfocaron, todo el mundo los miraba. ¡No, por todos los cosmófagos! No eran tan buenos como BZY ni su voz podía compararse con la de Ártiga. A pesar de que 7 años antes, 378 días en el periodo orbital de Euterpe, Ártiga le hubiese susurrado al oído que su voz era como el canto de la mañana.

Zaid respiró hondo, «este es mi sueño». Cierto, no tenía una voz impresionante y solo contaba con su pequeño ukelele para batirse contra los mejores artistas de la galaxia, pero su música era sincera y estaba llena de amor.




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