Se sentó en la penumbra del bosque, oculta, contemplando la ciudad desde lo alto. La colina descendía hasta las inmediaciones de Lorrmunst. Olía a madera y carne quemada. Escuchó algunos gritos y el sonido del entrechocar de metales, muy pocos ya. La ciudad había plantado cara durante semanas a los ejércitos de Ku, desangrándolos, por eso mismo, el saqueo estaba siendo despiadado.
Guran se arrodilló ante la orco, inquieto:
—Mi señora...
—Esperaremos. Las hordas élficas de Jingan se emboscarán a la entrada del valle.
—Salieron a marchas forzadas durante la noche pasada. Son rápidos. Deberían estar. Ataquemos.
Eora se apoyó en su jabalina para incorporarse. Miró hacia las columnas de humo y luego a su lugarteniente:
—Una batalla no es nada si perdemos la guerra. Ni un solo ku debe sobrevivir. Esperaremos por la certeza.
Conocía bien al regente de Angk. En cuanto recibiese noticias de la desgracia, enviaría negociadores a Ku aceptando cualquier pacto de vasallaje que perdonase su vida. Poco le importarían las tierras prometidas a los suyos en pago por la lucha en aquella guerra. Los altos elfos detestaban a las razas oscuras, ni Ku, ni Angk los aceptarían como iguales jamás.
Un gran águila negra se recortó en el horizonte, descendió vertiginosa para posarse en su puño enguantado. La orco cruzó la mirada con su lugarteniente. Era la señal. Guran sonrió y corrió a dar la orden.
Silenciosos, descendieron con sus escudos oscuros calzados a su espalda y sus armas cortas desenfundadas. Durante interminables minutos no sé escuchó nada hasta que un primer alarido rasgo el silencio sepulcral de la ciudad. Les llamaban los Escarabajos Negros: trasgos, orcos apátridas y un puñado de elfos renegados, al servicio de quien más pagase.
Los núcleos de soldadesca organizada y armada cayeron primero, el resto fue siendo apuñalado en las alcobas y junto a los joyeros. Los soldados de Ku, entregados al saqueo y la violación, seguros de su triunfo, habían descubierto que la ciudad que creían vencida estaba llena de mercenarios y corrían casi desnudos presas del terror.
Eora se adentró en las calles con su guardia. Una soldado de orejas picudas de Ku, con medio centenar de collares de oro al cuello, apareció lanzando gemidos. Sostenía sus intestinos que salían de una profunda herida en el estómago. Un "escarabajo" la perseguía con el alfanje desenvainado. La capitana lanzó su jabalina atravesándola por las axilas.
Un kutiano salto por una ventana armado con un puñal. Enloqueció al ver a Eora, "¡perra orco!", abalanzándose sobre ella. La capitana alzó el brazo y el águila saltó de su puño, fulgurante, arrancándole los ojos con sus garras. Lo desarmó con desdén, degollándolo con su propio cuchillo. A continuación:
—Guran, que nadie olvide que lo que queremos son las armaduras, no oro. Tendremos más del que podamos necesitar.
— Angk ya está de rodillas. Jingan y sus larguiruchos disfrazados abrirán las puertas de Ku para los Escarabajos. Con un solo golpe serás reina del mundo.
—Nadie saldrá vivo de este valle, nosotros dictaremos la historia sobre la que se harán canciones.
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