Naha cayó de rodillas cuando por fin encontró el arbusto de flores azuladas, la señal que marcaba la ubicación del tesoro. Agotada, recordó los largos días de búsqueda que le habían llevado hasta allí.

Averiguar la localización de la isla fue lo más sencillo. Las coordenadas estaban escritas con tinta invisible en la parte de atrás del billete de avión que compró en el reto anterior. Así supo que debía quedarse en una de las escalas y alquilar una lancha con la que llegar a su verdadero destino.

En cambio, la isla no fue nada amable con ella. La humedad y los mosquitos, sobre todo los bichos, le habían acribillado hasta el punto de que pasó algunos días enferma, casi sin poder moverse y sobreviviendo a base de frutas. Empezó a explorar la isla cuando se recuperó, preocupada por si se le había adelantado algún otro de los participantes en la gran gymkana espacial.

Por suerte, seguía siendo el único ser vivo que caminaba a dos patas en varios kilómetros a la redonda. Lo malo, que tuvo que recorrer casi toda la isla hasta encontrar el arbusto descrito en otra de las pistas anteriores.

Tras tomarse unos minutos de respiro, la joven se limpió las lágrimas con las manos y después las hundió en la tierra. Sacó terrones, peleó con raíces y al final rozó con las uñas el borde de una caja. Agrandó el agujero hasta que pudo sacarla de su escondite.

Estaba hecha de madera oscura y pesaba mucho más de lo que debería por su tamaño, apenas como la palma de la mano de Naha. El cierre era de metal, tallado con un símbolo que no reconoció. Un poco más abajo, en el fondo del hueco que había dejado la caja, encontró un sobre rasgado por varios puntos y lleno de tierra.

Lo limpió como pudo y lo puso bocabajo hasta que cayó una nota y una especie de mando metálico con forma redonda.

Leyó primero la nota:

«¡Enhorabuena! ¡Has encontrado el tesoro oculto en la Tierra! ¡Entrega la caja para obtener el verdadero premio! Pero recuerda, no puedes abrirla. Debes entregarla cerrada o este reto quedará anulado y serás descalificado.

Activa el localizador y una nave te recogerá para llevarte al punto de intercambio.»

La joven apretó el botón del mando y se sentó con las piernas cruzadas. A esperar. Sin nada que hacer. Sin saber cuándo la rescatarían. Sin tener ni idea de qué había en esa caja tan pesada que no podía abrir. Y que nadie se enteraría si abría, solo tenía que ser rápida.

Naha decidió que, por lo mal que lo había pasado en la isla, merecía saber qué había dentro. Sacó el cuchillo de la mochila y empezó a forcejear con el cierre. Este apenas opuso resistencia y cedió a la primera.

La caja se abrió con un fuerte chasquido y todo su contenido se desparramó por el mundo sin que Naha pudiera hacer nada por evitarlo.

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