—Eres libre, hija mía. Camina sobre la arena blanca de esta playa sin temor.
Susurro mientras duerme. No puedo dejar de mirarla, ni de acariciar su pelo dorado como el sol que ha dirigido nuestro camino hasta aquí. Me condenaron por robar una hogaza de pan en el mercado y me encarcelaron en un barco con destino a una de las numerosas colonias del gobernador para realizar trabajos forzados. Mientras los hombres trabajaban en cubierta y de sol, las mujeres nos pudriamos en la oscuridad de las bodegas.
Supe que estaba embarazada cuando mis pechos comenzaron a crecer. El mendrugo de pan correoso no era suficiente para alimentarme y aprovechaba los descuidos de mis compañeras para hacerme con sus sobras, que me mantendrían durante el día hasta la nueva ración. Lo oculté tan bien que nadie supo de mi estado hasta que me puse de parto en una noche de tormenta. Los guardias que nos custodiaban avisaron al teniente ante el revuelo que se formó en la celda, y este mandó llamar al doctor que viajaba a bordo para que me atendiera pero no apareció. Puse a mi hija Charlotte en honor a la mujer que evitó nuestra muerte. La fortuna me sonrió desde el momento que la abracé.
Tocamos tierra meses después. Una tierra yerma rodeada por un mar azul profundo y un calor asfixiante nos recibía. Nos organizaron por grupos y nos asignaron tareas, pero alimentar dos bocas no era fácil y no iba a permitir que mi hija muriera de hambre. Will era un hombre bueno y trabajador. Y sabía navegar. Contaba que se dedicaba al contrabando antes de ser arrestado y estaba convencido de poder escapar en cuanto hubiera reunido el dinero suficiente. Decidimos casarnos para preservar nuestra seguridad y sacar adelante a mi hija.
Pasé los últimos seis años guardando la mitad de los granos que me pertenecían para comer hasta que la tierra se volvió esteril. El hambre y la enfermedad empezó a llevarse a muchos. Y nosotros no podíamos esperar más.
Will consiguió una copia de los planos de navegación y trazó una ruta sencilla con rumbo lejano. Cargamos el bote del Gobernador con los sacos de grano escondidos bajo la arena y salimos en noche cerrada. Fue entonces cuando me confesó que todo cuanto había dicho sobre su pasado fue una estrategia para hacerse temer entre los demás hombres y que no había navegado jamás. No tuve tiempo de reaccionar cuando dispararon desde la orilla.
Aún me pregunto cómo he conseguido llegar hasta aquí, a este trozo de tierra que se esconde engullido por las aguas. Yo, que tampoco sé navegar pero soy capaz de hacer cualquier cosa por proteger a mi hija.
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