De todos los planetas en el extrarradio de la Vía Láctea, La Tierra era el que más me repugnaba. El mero contacto con su atmósfera me hacía anhelar una desinfección completa. Como otros mundos, La Tierra ahora solamente servía como vertedero. No había más que echar un rápido vistazo a su paisaje, lleno de restos de transbordadores obsoletos, para saberlo.

—Acabemos con esto cuanto antes —le dije a los guardias de Hivetech que me acompañaban.

El ascensor se sumergió y el paisaje cambió: un entramado de módulos conectados y tubos iluminados que parodiaba las ciudades de verdad. Aquella población subacuática cubría las necesidades de los soldados que custodiaban aquello que yo había venido a buscar.

Contención: ámbar.

El letrero no hacía justicia al verdadero propósito del lugar. Aquella prisión estaba diseñada para retener a los seres más peligrosos de la galaxia, embotellados bajo los mares terrícolas. Ese planeta guardaba basura tanto dentro como fuera.

Me dejé guiar por tres guardias humanos a través de los pasillos acristalados. Nuestros pasos hacían eco en el espacio hermético.

Tras girar varias veces, se detuvieron frente a una puerta de seguridad con el número catorce. Uno de ellos tecleó algo y el panel se deslizó con el sonido de aire a presión liberándose.

—Tiene diez minutos. —Se hizo a un lado—. Por su seguridad, cerraremos cuando entre.

Y así lo hicieron. Me quedé a solas con un criminal potencialmente peligroso pero que, encadenado al suelo, su figura amenazante quedaba deslucida bajo la mía. Me reí ante mi propia ocurrencia.

—¿De qué te ríes? —graznó el hombre.

—Silencio —ordené—. Hablarás cuando me dirija a ti.

A veces era necesario recordar quién estaba encadenado y quién no.

—Sé quién eres —prosiguió, terco—. Dile a tus guardias que has terminado, no aceptaré el trato.

—Ah, ¿sí? —Coloqué la suela de mi zapato sobre su pecho y lo empujé para atrás. Al estar maniatado, cayó sin remedio—. ¿Quién crees que soy?

—Una de esas furcias que trafican con asesinos. —Se recolocó enseguida sin bajar la mirada siquiera. No me dejé impresionar por sus demostraciones de fuerza—. Vienes a comprarme para usarme como arma. Prefiero pudrirme aquí dentro.

—Has acertado Catorce, pero no abuses de tu suerte. Yo no soy como las otras "furcias". —Marqué las comillas físicamente—. Si fuese como ellas, te habrían llevado a pelear a Los Fosos para que pudiese evaluar tu destreza física. Y sin embargo, estoy aquí hablando contigo.

—¿Qué quieres entonces?

—Quiero comprobar si sigues queriendo venganza.

Acaricié el chip que tenía implantado en la nuca. Se estremeció.

—Tenemos enemigos comunes, Catorce. Biobyte te hizo así y está compitiendo por el nicho de Hivetech. Yo, como tú, solo quiero verla reducida a datos en el historial.

Enmudeció. No tenía más remedio que aceptar mi trato, era la única forma de obtener su libertad. Y en cuanto a mí, solamente me quedaba lamentar que la solución para proteger el monopolio pasase por servirse de asesinos a sueldo. Pero el mundo era así, la ley del más fuerte. Y si no eras el más fuerte, tenías que extorsionar a otros para proteger tu posición.

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