No te volveré a fallar, te lo juro.
Entiendo que no ha sucedido lo esperado, pero mi defensa diré que, aunque la tarea que me encomendaste pareciera trivial, acabar con la vida de uno de nuestros más antiguos enemigos no ha resultado sencilla en absoluto.
Como verás, querido M, por el detalle de esta carta, mis esfuerzos han sido considerables y no he escatimado en ingenio para conseguir el objetivo.
Una vez que me asignaste la identidad del interfecto, pasé los primeros días observando sus movimientos: cuándo salía de su domicilio, en qué momento se colaba en alguna casa ajena y cuándo, por fin, alcanzaba la calle con aire ufano. Al quedarme claro su itinerario, le seguí por un par de avenidas de manera discreta, aunque casi lo pierdo entre los puestos de fruta y pescado del mercado ambulante. Sin embargo, al abandonar aquella zona peatonal, llegamos a un cruce y lo empujé debajo del primer vehículo que apareció. Quise constatar el estado en que había quedado aquel indeseable, pero el gentío allí amontonado lo impidió.
Cuál fue mi sorpresa cuando, al día siguiente, paseaba como si tal cosa por el vecindario.
Insistí en mi prudente persecución. Observé cómo se colaba en un edificio en ruinas y ahí vi una nueva coyuntura. Seguí su rastro ascendiendo por una escalera de caracol, hasta el último piso. En un descuido, lo “ayudé” a precipitarse por el hueco de la escalera hasta dar con todos sus huesos contra el suelo. Miré hacia abajo. Guau. Menuda caída.
¿Cómo iba a sospechar siquiera que, también en esta ocasión, sobreviviría?
Pasado el tiempo y ya siendo conocedor de sus rutinas, opté por envenenar su comida. Se desplomó, sí, pero el maldito no estiraba la pata. Mi tercera tentativa de asesinato había fracasado.
La desesperación me invadía y solo podía vigilar y esperar a que se dieran circunstancias más favorables. A punto estuvo el destino de hacer mi trabajo, pues se atragantó y, tras unas toses y extraños y desagradables ruidos, casi la endiña.
Sin duda, el sujeto contaba con la fortuna de su parte, pues se vio involucrado en un accidente de tráfico entre dos coches y, pese a quedar estos inutilizados, a él no se le movió ni un pelo del bigote.
También opté por electrocutarlo. No tuve éxito.
Y ya conoces mi último intento fallido: quise ahogarlo en el estanque de un conocido parque. Es por todos nosotros sabido que el sujeto detesta el agua, así que todo hacía pensar que no sabría nadar. Sus torpes movimientos en el líquido elemento así lo certificaban. Para mi sorpresa el resultado no fue el esperado.
M, entiendo tu disgusto y el de toda la agencia, pero soy un buen sabueso. Solo pido una nueva oportunidad. Mi instinto me dice que el fin de ese maldito gato está cerca. Sé que lo conseguiré. En caso contrario no mereceré mi nombre.
Atentamente,
Perrock Holmes.
Comentarios
Muy bueno, pobre Perrock :-) alguien le podía haber hablado de las cualidades de su perseguido y sus abundantes vidas jejeje. Me encanta.
Hola, Susana! Muchas gracias por tu comentario :) Perrock será un sabueso, pero está claro que ignora las muchas vidas de Miauriarti
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