No te volveré a fallar, te lo juro. Te di mi palabra de que no te abandonaría, de que no volverías a estar sola, y ahora me encuentro a cientos de leguas, con fango hasta las rodillas y un retazo de papel y tinta como único medio para contactar contigo.

Cuando la guerra con las tribus del sur estalló, nadie pensó que duraría tanto. Nadie excepto tú. Ojalá hubiese escuchado tus reticencias, pero notaba la gloria al alcance de los dedos. Una victoria fácil contra los orcos de la que cualquiera que supiese sostener una espada podría sacar tajada. Eso nos vendían. La cantinela cambió en cuanto los elfos oscuros se unieron a la revuelta. Los hechiceros enviados desde la capital los mantienen a raya, aunque eso no evita que el nerviosismo se extienda entre mis camaradas.

Creo que Tarren desertará pronto. Es alto y fuerte como un buey, y maneja el mandoble como si fuese parte de su brazo. Cuando lo conocí, tenía una sonrisa bonachona que se acentuaba cada vez que hablaba de sus hijas. De usar su paga para que puedan estudiar. Después de que un elfo masacrase a toda una escuadra con una lluvia de fuego, en su rostro sólo hay una mueca tensa y miedo. Un miedo de pasos susurrantes y ojos brillantes que acecha en las sombras. Algunos intentan ahogarlo con cerveza rancia o se distraen con historias y juegos de azar, pero siempre vuelve. Siempre.

No voy a mentir y decir que no estoy asustado. Es fácil imaginarse en el campo de batalla, pero vivirlo… no hay nada de glorioso aquí. Los héroes no son los mejores guerreros, sino los que viven para contarlo.

Si puedo cumplir una sola promesa, que sea esta: volver a ver tu sonrisa y sostener tu mano en la mía mientras paseamos por la playa de Faluria. Aquella de arena azulada en la que nos detuvimos al regresar del Gran Mercado de Nalera, ¿la recuerdas? Si cierro los ojos aún siento el olor a sal y el tacto granuloso bajo los pies. No sé qué nos hizo detenernos en ese lugar, tal vez el reflejo irisado del atardecer entre las olas infinitas. Nada más que arena y mar abierto y el vuelo de tu vestido blanco. Y paz.

Echo de menos el silencio. Sobre todo, ese silencio a la luz del candil, tú leyendo y yo repasando las cuentas. La vida de mercader siempre me pareció tediosa. Desde niño quise cambiar los números por más aventuras y el tacto del acero. Puedo verte sacudir la cabeza con el “te lo dije” en los labios; tengo que hacerte más caso. Eres mi tesoro, Arelia, y no pienso perderte. Todo esto acabará pronto, y entonces buscaremos un pedazo de tierra junto al mar y construiremos una casa, un hogar, con su pequeño huerto, tu taller de costura y una gran biblioteca. Así que espérame, porque te aseguro que volv…

Comentarios
  • 1 comentario
  • darkmonio @Darkmonio hace 2 años

    Un final de carta truncado donde parece que Arelia no la recibirá, la carta. Muy bien tu prueba, un relato bien narrado, una carta bien planteada, y ahora puedes seguir en ese mundo para tu siguiente historia, no lo dudes, por ahí vas bien.


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