Antes de salir, el agente Tadeo repasa pensativo su pose solemne en la foto del día de su graduación. Su joven compañera le había mentido, lo sabía, por eso su mirada parecía mostrar añoranza. No como alguien dijo después, que era por las rondas, o por las sesiones en la sala de interrogatorios, donde alguna vez le reprobaron sus métodos. Él siempre dijo que le habían subestimado sus superiores. Historias que mañana serán batallas de un jubilado más.

Esta noche le espera su último servicio. Con su compañera se dirigen a un casoplón, a las afueras de la ciudad. Los colegas dicen que se ha formado un buen alboroto en una fiesta privada. Llegan diversos coches patrulla sin hacer ruido y ven la casa a oscuras. Deben esperar órdenes. Su compañera sonríe mientras no llegan instrucciones. Matan el tiempo mirando fotos en el móvil, dentro del vehículo.

La orden de proceder llega poco antes de medianoche; él aún está operativo, debe actuar. «Yo te cubro» dice su compañera. Una escaramuza más, pero esta es la última.

Cruzan la calle cuáles gatos, en silencio. De reojo ve que se aproximan más compañeros. No muestra extrañeza por un despliegue más amplio de lo esperado. Cuando sigilosos llegan a la casa, él se pega a la pared, cerca de la puerta de acceso, ella se parapeta al otro lado. Le parece verla sonreír, cuando dentro se oye un grito atroz y romperse cristales. Por el comunicador dan la orden de entrar. Tiene el arma en las manos, quita el seguro mientras abre rápido la puerta y ya está dentro. Entre penumbras los sucesos son rápidos cuando brilla un resplandor en el interior, podría ser un disparo con silenciador. Su compañera lo tira al suelo, pero él puede responder al supuesto ataque con su arma reglamentaria. Se oyen nuevos gritos y un cuerpo que cae. Pero no se ve nada hasta que alguien enciende la luz y el silencio se hace atroz. Cuando en un reloj suenan las doce, más agentes se abalanzan sobre Tadeo, que aun así puede ver al inspector jefe tendido en el piso, en medio de un charco de sangre, muerto de un tiro certero en la cabeza.

Le ha puesto las esposas su propia compañera de patrulla.

Se oyen comentarios de desazón; nadie creyó que llevarlo tan engañado pudiera terminar en ese resultado. Tadeo, que a estas horas debería estar retirado, mira a su alrededor y ve guirnaldas festivas colgando del techo y por las paredes. Se fija en la mesa con los canapés y las bebidas. Junto a esa mesa, en el suelo, una cámara fotográfica con el flash puesto. Sobre de una pequeña tarima hay instrumentos musicales, y por encima cuelga una pancarta con su nombre y las fechas de un aniversario; reconoce sus años en el cuerpo.

«¡Felicidades, compañero!» Reza el cartel.

Durante la semana todos le mintieron que no habría fiesta de despedida para celebrar su final de carrera. Una carrera ejemplar, hasta hoy.


Comentarios
  • 1 comentario
  • Nunca fui partidaria de las fiestas sorpresas, por esto mismo, quién sabe cómo va a responder el homenajeado/a.... Pobre, vaya broche a su carrera


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