La música ochentera suena en la casa del final de la calle bien entrada la madrugada. No sabe lo que se celebra pero quiere pasar a saludar. Llama al timbre y espera hasta que un desconocido de aspecto lamentable le abre la puerta. Da un trago al botellín que sostiene en la mano y vuelve a lo suyo sin siquiera preguntarle quién es. Entra y observa la cantidad de gente agolpada en el interior de la casa, que nada tiene que envidiar a cualquier sala de fiestas. El «Dancing Queen» de ABBA suena a todo volumen a través de los altavoces gigantes del equipo surround que ella misma ha comprado, ante el subidón de los asistentes. Se escurre entre la gente como una sombra y sube las escaleras hacia el piso de arriba.
En el pasillo encuentra a dos jóvenes tirados en el suelo y con la cabeza apoyada contra la pared, borrachos y bañados en su propio vómito mientras en el piso de abajo sigue la música y los cánticos eufóricos: «Gimme, gimme, gimme a man after midnight!!!». Y a eso ha venido. Al fondo, esa habitación que conoce tan bien. La puerta está cerrada pero el pomo de aluminio redondo gira sin dificultad y abre, despacio. Los primeros acordes de «The winner takes it all» llegan hasta sus oídos antes de cerrarla de nuevo a su espalda.
El largo cabello rubio de la mujer que disfruta a horcajadas sobre su marido se mece en un lento y acompasado ritmo. Ella, abstraída, espera mientras contempla la escena con los brazos cruzados y las cejas enarcadas. De pronto, él levanta la vista por encima del hombro de su compañera de juegos y se encuentra con la paciente espera de su mujer. Como quien acaba de mirar a la muerte a los ojos, aparta a la rubia de un manotazo y comienza esa retahíla de explicaciones ridículas que no le van a servir de nada.
—Cállate —dice antes de dispararle en el pecho.
Nadie puede escuchar el desgarrador grito de la amante rubia que, desnuda sobre la alfombra en tonos beige que también ha comprado ella, le ve desplomarse sobre las sábanas revueltas antes de guardar silencio para siempre.
Cuando sale de la habitación, la pareja de borrachos sigue dormida, la fiesta continúa y los invitados bailan y beben como posesos, ajenos a lo que acaba de ocurrir. Camina calle abajo con paso tranquilo y arroja el arma en la primera alcantarilla que encuentra. El eco de «Voulez vous» todavía se escucha mientras se aleja tarareando, sonriente.
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