Atrincherado en el sillón orejero y con un vodka con tónica en la mano, Nuno escuchaba a las señoritas departir sobre mozalbetes y mocitos. La más delgada decía que los familiares del prometido se estaban portando como cavernarios y que la parte de la novia estaba dando un brillante ejemplo de corrección y disfrute. Un minuto después, un bárbaro se acercó y le pidió que bailaran. La muchacha mostró rubor, pero se descalzó para salir a zapatear con el zagal.
Los invitados del novio se comportaban de una manera histriónica en conjunto y un tanto ridícula de forma individual.
Viendo el resultado obtenido por el primero, la jauría moza hizo gala de su sistema de cortejo para obtener en prenda un baile del resto de las señoritas o, siquiera, el privilegio de sentarse con ellas a conversar.
Nuno seguía agazapado en el sillón, cada vez más borracho. Escuchó a un mancebo decir que no le pagaban tanto como para no enamorarse. Otro le propinó una colleja y le llamó «bocazas».
Nuno pidió otro vodka.
Un hombre de mediana edad y ataviado con chaqué comenzó a vomitar en uno de los jarrones frente a la entrada de la pista de baile. La mujer rechoncha que había comido a su lado le vio, hizo una mueca de repugnancia y se giró como si no hubiera contemplado nada. También los jóvenes le ignoraron.
Nadie más pareció reparar en el tipo del frac hasta que cayó de bruces en el suelo y profirió un grito. Se incorporó. Su cara estaba ensangrentada y su nariz rota. Gritaba que lo que le iban a pagar no compensaba aquello, que su precio era demasiado bajo. Y, ahí sí, la mujer que había comido a su lado se aproximó rápidamente. Los mocetones abandonaron a las jovencitas. El resto de la familia se arremolinó entorno al hombre.
Comenzaron entonces los exabruptos, la agitación y los zarandeos. Le decían que era un egoísta, que les iba a arruinar el negocio, que se callara… Cuanto más le increpaban, más fuerte y alto gritaba. Decía que diez euros la hora no era dinero suficiente.
Entonces, el desposado se acercó airado exigiendo que se comportaran y callaran o que nadie cobraría un mísero céntimo.
Cuando se volvió, su prometida tenía los ojos clavados en él y preguntaba por el significado de todo aquello. Sin darle tiempo a contestar le abofeteó y le ordenó que pusiera fin al sainete.
Viendo la farsa terminada, la supuesta familia del esposado se marchó al completo. Él se lamentaba. Le decía a su suegra llorando que solo pretendió hacerla feliz, que ya les dijo que era huérfano y que ni tenía familia ni amigos. Por eso contrató a una agencia que le proporcionara a aquella troupe. Hoy todo se alquila, repetía.
La novia lloriqueaba y decía que la acababan de convertir en la esposa más desdichada del mundo.
Nuno apuró el vodka. Aquello presagiaba el final de la boda. Y así fue.
Comentarios
Divertido, aunque en mi opinión, la sangre no llegaría al rio... Parece un pecadillo venial. Pero el que miente raras veces deja de mentir... Qué más cosas supo la novia del novio en ese momento... :D
Muchas gracias por tu comentario @Jon_Artaza
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