El festival dará comienzo en unas pocas horas. Doseles violeta, púrpura y malva caen en cascadas desde el techo abovedado de la sala real; una alfombra morada divide la estancia en dos, como un río que solo puede ser atravesado por el monarca. Los manteles lilas visten las mesas redondas repartidas por toda la estancia, coronadas por ramilletes de lavanda que pugnan con el aroma de las viandas por afianzarse como la fragancia dominante de la velada. Es la Noche Magenta y decenas de criados corretean de un lado a otro, afanados en su labor, procurando alcanzar la perfección en cada una de sus tareas, por nimia que sea. El monarca, ataviado con una túnica de amplias mangas que emite brillos color ciruela con cada movimiento, los observa a todos desde su trono. Una sonrisa corona su rostro y una orquídea su oscura melena de reflejos berenjena.
Rósalin saca la cinta métrica para comprobar que los cubiertos estén colocados de forma equidistante ente sí y proporcional a la distancia del plato y las copas. Una gota de sudor se desliza por su frente mientras verifica que la posición es correcta. Sonríe. En verdad, todos lo hacen. Záfiro sonríe mientras estira los manteles de las mesas, planchando con su mano la más leve de las arrugas que aparece. Ariene sonríe mientras abrillanta, una a una, las setecientas copas del banquete. Incluso Arestes, que acaba de proferir un grito apabullante fruto de la caída de una carretilla de madera sobre su pie, sonríe tras apercibir la mirada del monarca sobre él.
Una pareja de jóvenes criados se apresura a sacar en volandas a Arestes. Parece que ya no podrá continuar trabajando. Quién sabe si solo hoy o para el resto de su vida. Todos le dedican una mirada de despedida y un instante de silencio se apodera de la sala solo interrumpido por los sollozos de Arestes, apenas audibles tras los dientes apretados de su sonrisa. El monarca carraspea entonces y todos continúan con sus quehaceres.
El Sol está rozando las montañas más bajas del reino, lo que significa que la fiesta dará comienzo enseguida. Todos aumentan el ritmo sin perder la sonrisa. El monarca se pone en pie y da una única palmada. Tras ella, todas las miradas se vuelven hacia la elegante figura:
—Esta noche ha de ser apoteósica. Debemos mantener el mismo nivel de la Noche Ocre de ayer o de la Noche Añil del día anterior para cumplir con la promesa de mi coronación: traer la felicidad y la alegría constante a todos mis súbditos. Y no hay nada mejor para insuflar de júbilo a un espíritu maltrecho que una gran celebración, así que os pido, como vuestro rey, que me ayudéis a conseguir este abnegado objetivo y no perdáis nunca vuestra ilusión, en ningún instante. ¿Entendido?
Nadie contesta a la pregunta del monarca, sin embargo, todos mantienen una sonrisa impertérrita en el rostro. Algunas de ellas, la mayoría, salpicadas de lágrimas.
Comentarios
Particularmente siniestro... pese a la alegría que desbordan sus protagonistas. Muy divertido.
Muchas gracias @Jon_Artaza !
Tienes que estar registrado para poder comentar