—¡Feliz año nuevo! —Levanto el puño con fuerza y cierro los ojos.
Me meto en la boca la última uva sobre la campanada número doce y ahora tengo cinco pendientes de masticar y tragar, pero imagino que así también vale. Pido un deseo.
Los abro y allí siguen mis compañeros de correrías: Carolina, Donatella y Pedro. Me acerco a la primera y le planto dos besos. Le susurro «Feliz 2024» y ni se inmuta. Mantiene su mirada fija en el televisor, aún cruzada de brazos. No sonríe, y eso que la presentadora ha metido la pata hasta el fondo en su felicitación. Resoplo, le doy la espalda, recojo una copa de cava de una mesita cercana y me dirijo hacia Donni. Tiene su cabeza girada hacia mí y en su cara se adivina una sonrisa. Lleva un vestido plateado corto que ya quisiera la Pedroche y, con esos tacones, es más alta que yo. Me pongo de puntillas para besarla y lo hago más cerca de sus labios que de la mejilla. Le cojo de la cintura con mi mano libre y la bajo un poco. Mis avances románticos se ven interrumpidos cuando escuchó un golpe a mi derecha: Pedro se ha caído. Apuro mi cava y acudo en auxilio de este pobre hombre.
La noche avanza y la euforia de la medianoche deja paso al cansancio. No en vano, los cuatro nos hemos tirado desde bien temprano en unos grandes almacenes la mar de conocidos. El único sitio en el que piensa la gente cuando dices «Trabajo en unos grandes almacenes». Ahí, ahí hemos estado. En el último día del año, al pie del cañón y cara al público.
Desde el golpe Pedro está distinto. No le conozco mucho, porque ha sido el último en llegar al centro, pero el topetazo le ha tenido que doler. Llamaría a emergencias, pero esta noche es la peor del año para ir a un hospital: cortes, peleas, niñatos que no saben beber… Eso me recuerda que igual me he pasado con el alcohol, pero da igual, porque hoy no conduzco. Suelto una carcajada y doy un sorbo al cubata. Miro a Carol, quien no ha tocado su gintonic. Sigue seria. No puedo evitar pensar que sea porque estamos viendo Cachitos y a ella le falta parte de una pierna. Aunque, si le molestaba, ya podría haberlo dicho.
Cierro los ojos, inhalo con fuerza y suelto el aire despacio. Los vuelvo a abrir. No hay ningún cargador de móvil a la vista. Mi teléfono sigue muerto. Mi deseo no se ha cumplido.
—Joder. Joder. ¡Joder!
Juro que es la última vez que me quedo atrapado en un sitio así. Cuando venga la encargada me va a oír, ya lo creo que sí. Maldita alarma, maldito Corte Inglés y malditos maniquís. Echo un nuevo vistazo a mis acompañantes mudos. No soporto esos ojos bocalicones y vacíos.
—¿Qué estáis mirando? —chasco la lengua y sonrío—. ¡Vosotros también estáis encerrados!
Comentarios
No sé por qué me parece un spin off de Naufrago, XD
Muy bueno.
Tienes que estar registrado para poder comentar