Una vez en el taller, apagué el motor. Al abrir la puerta del coche, el olor a gasolina, grasa y suciedad me despejó la nariz como una brisa gélida de invierno. Me tomé un momento para prepararme. Con parsimonia desplegué mi bastón guía. Clic, clic, clic. Cuando mis tres piernas tocaron suelo, todo el mundo contuvo el aliento. Salí del coche, con calma me alisé la falda del traje y ajusté el cuello de la chaqueta. Un buen espectáculo necesita la dosis adecuada de tensión
—¿Pero qué cojones…? —Una voz estupefacta resumió el sentir de los presentes.
Alguien apagó la radio y por suerte cesó la tortura de Daddy Yankee. Yo era la única que sabía que una tortura diferente estaba a punto de empezar.
El sonido de metal de las herramientas me permitió ubicar a tres víctimas. Con una sonrisa inocente en la cara, esperé a comprobar si los ruidos de pasos las confirmaban. Una persona se acercaba por detrás intentando ser silenciosa. Estaba a unos tres metros de distancia.
—¿Está Richard? —dije quitándome las gafas tintadas.
Los pasos detrás de mí se detuvieron y escuché una voz.
—Estoy aquí, ¿qué quiere? —La voz tenía ahora un rostro.
En aquel instante hubiera deseado recuperar por un momento la visión. Ver la reacción en su cara cuando me di la vuelta y mis cicatrices quedaron expuestas a su mirada.
—Quiero ajustar cuentas contigo.
Pude oler su terror. Casi oía los engranajes de su cerebro tratando de descifrar la situación. Los otros dos a mis espaldas empezaron a moverse inquietos. Eché la mano derecha a mi espalda e hice presa en mi cintura de un par de juguetes que había preparado para la ocasión. Me giré y arrojé uno de los cuchillos. Antes de que el cuerpo cayera al suelo entre balbuceos ya había lanzado el segundo. Volví a girarme con una sonrisa serena.
—No te preocupes, Richard. Contigo pienso tomarme más tiempo. Si tú te lo hubieras tomado en arreglar mi coche, nos hubiéramos ahorrado todo esto. El accidente, esta mierda de coche teledirigido y las horas de sufrimiento que te esperan.
—Estás loca. Llamaré a la policía.
—Tú sí que sabes cómo hablar con una mujer, galán. Métete en el maletero.
Quise darle una oportunidad, pero no la aprovechó. El roce de su ropa lo delató y el cuchillo siguió el sonido. Un grito reverberó unos segundos.
—La próxima vez la diana no será el brazo. Entra en el maletero.
—¿Pero por qué haces esto? Fue un accidente, yo no sabía que…
Un movimiento de mi mano, con el siguiente cuchillo preparado, fue suficiente para convencerlo.
Cerré el maletero.
Comentarios
¡Vaya venganza! Me encanta que hayas tratado el tema de la ceguera con tanta naturalidad.
Muchas gracias @Susana <3
Buen personaje protagonista, fuerte y que no se deja amedrentar
Gracias por pasarte @Kalleidoscope! Women power :D
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