Entre dulces nací. El aroma a confituras, masas y aceites me han acompañado toda mi vida desde la niñez. Mi padre quiso enseñarme el oficio, a pesar de la oposición de mi madre. La entiendo, tenía miedo de que me pasara una desgracia, aunque al final cedió porque me hubiera esperado un futuro aún más oscuro que la negrura que cubre mis ojos. Poco a poco aprendí a manejarme como si el obrador fuera una extensión de mí misma. Hasta conseguí convencerles de que se retiraran a vivir tranquilos y me dejaran a cargo de la elaboración. Desde entonces me ayuda en la faena una muchacha del otro lado del wād al-kabīr.

Hoy me he levantado muy temprano. A penas se está haciendo de día. Lo sé porque los pajarillos acaban de comenzar a cantar. Su música llega, junto con el fragante azahar, a través de la ventana que da al patio interior. Me acerco y a tientas abro el portillo para que la primavera entre al obrador sin impedimento. La brisa me acaricia el rostro y los primeros rayos del día me ofrecen su agradable calor. Es la mejor época del año, sin duda. A lo lejos el almuwáddan llama a la oración. En el callejón del Agua, algunas mujeres charlan animadamente.

Comienzo la jornada. Vierto la canela y el ažžulžulín sobre la harina y hundo mis manos en la mezcla. La muevo con suavidad mientras se va levantando el aroma especiado. Voy agregando líquido y de fondo aparece otra esencia que destaca, pero no es en la masa que estoy formando. Es almizcle. Se me eriza el vello de la nuca y se me acelera el pulso.

—Safiyyah sé que estás ahí —digo después de tomar aire y detener el trabajo.

—¿Cómo puedes saberlo, Azza? —pregunta dejando escapar una risa liviana como el vuelo de una paloma—. Por más que intento ser silenciosa siempre te das cuenta.

—Creo que sería capaz de reconocerte en medio del zoco. Es el perfume que llevas —respondo a la vez que continúo con la mezcla.

—¡Pero si es muy común! Yo diría que lo lleva más de medio Imārat desde que Ziryab lo puso de moda —comenta mientras oigo por sus pasos que se acerca a la mesa de trabajo.

—Ya… pero en tu piel crea un aroma diferente… —siento como me arde la cara— es… No. Da igual te reirías de mí.

—¿Por qué iba a reírme? —Se acerca tanto que casi puedo sentir el roce de su túnica.

Trato de escabullirme de su cerco, pero me detiene agarrando mi muñeca izquierda y con delicadeza me atrae hacia ella. Su exquisito perfume me inunda, siento que me voy a desmayar.

—No debería haber dicho nada, olvídalo —consigo decir con un hilillo de voz.

—¿Acaso hay algo de lo que avergonzarse? —susurra apoyando su cálida frente contra la mía—. Tendría que haberme atrevido antes.

Sus labios saben a miel.

Entre dulces nací...


Comentarios
  • 4 comentarios

Tienes que estar registrado para poder comentar