Noto los pasos acercándose a pesar del martilleo de la forja. Parten el aire con una vibración que se mete bajo la piel, tan familiar a estas alturas como los gruñidos de Carridan. Sin embargo, esta vez los pasos tienen compañía.
Le doy la espalda al lamento de bisagras que anuncia su entrada en el taller. Tanteo el banco de trabajo y sigo perfilando mi última pieza, una piedra de aura, suavizando las aristas que muerden las yemas de los dedos.
—…Y aquí es donde se forjan las mejores piezas —explica una voz. Thamien, el archimago—. Muy pocos tienen permitida la entrada en esta sala.
—¿Por qué está tan oscuro? —inquiere el desconocido.
—Por la forja. Es difícil trabajar el metal si hay mucha luz, hace falta observar el color al calentarlo, ¿verdad, maestro Carridan?
Oigo el gruñido del armero, que no deja de golpear la pieza. Por el sonido, parece acero de Glanaz, la aleación preferida por los magos de combate. Nuestros amos creen que no sabemos nada en nuestro aislamiento, pero hace mucho que aprendí a adivinar los tiempos que corren. El oro y los diamantes hablan de paz y buenas cosechas. El acero común trae susurros de conflictos mundanos. El acero de Glanaz… El acero de Glanaz y las piedras de aura prometen grandes cambios.
Para bien o para mal.
«Es mejor no pensar en eso», me digo, y decido concentrarme en el latido de la piedra que tengo en mis manos. Es tenue, fácil de pasar por alto, pero está ahí, guiando mis manos para tallar su verdadera forma.
Es un material tan curioso como temperamental. Presta su energía a los hechiceros para que puedan desatar todo su poder, pero una hendidura acusada de más o de menos hará que estalle al usarla o que no funcione apenas.
Tuerzo el gesto al rozar un punto muerto y alcanzo una de las gradinas y el martillo pequeño. Arranco esquirlas mínimas con cada golpecito, pasando la yema de los dedos por la zona cada vez, hasta que vuelvo a encontrar el pulso de la gema.
Es entonces cuando me doy cuenta de que la conversación se ha detenido.
—¿Quién es? —murmura el extraño.
—Ah, ella es nuestra hacedora —dice Thamien, sin molestarse en bajar la voz—. Ahora mismo está trabajando en nuestra pieza más singular.
—¿Pero cómo puede trabajar aquí?
—Es ciega. Cuando la trajeron no sabíamos qué utilidad podía tener, pero resulta que sus manos ven cosas que nadie más percibe.
Dejo que me quite la piedra, aunque no puedo evitar cerrar los puños al perder su tacto reconfortante.
—Buen trabajo, Kalia.
Thamien me palmea el hombro. Contengo la respiración hasta que oigo cerrarse la puerta.
—Sin mí no serías nadie, archimago —mascullo—. No subestimes a quien puede hacer que te estalle la cara.
Los martillazos se detienen. Carridan suelta un bufido que casi recuerda a una risa. Sacudo la cabeza antes de volver al trabajo, arrullada por el eterno canto del acero.
Comentarios
Quiero más de este trasfondo por favor. Me encanta! <3
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