Puedo escuchar cada golpeteo, cada zumbido, cada crujido como si estuvieran dentro de mi cabeza. Noto las vibraciones bajo mis pies con cada paso que los operarios dan por el taller. Siento el aire desplazarse a mi alrededor cuando alguno pasa cerca. Trabajan en silencio, sin más ruido que el de la maquinaria y herramientas que utilizan.

Las cintas que me sujetan se tensan y fijan mi cuerpo con firmeza al asiento metálico y noto el frío material en mi piel.

—Permanezca tranquilo, enseguida estamos con usted.

La voz robótica envuelve la sala y acalla el resto de sonidos unos instantes mientras el eco se apaga en unos segundos. La orden me pone más nervioso e intento acomodarme en la silla sin éxito a causa de las fijaciones, lo que me acelera el pulso. Un tamborileo golpea mi pecho de forma rítmica y puedo escucharlo a la perfección a pesar del ruido del taller. Un siseo empieza a crecer en el ambiente y un olor desconocido llega hasta mí. Es un aroma dulzón, parecido a la vainilla, pero claramente artificial. Noto mi nariz dilatarse al aspirar y, pocos segundos después, dejo de sentir mi rostro. Ni siquiera puedo hablar. Forcejeo, asustado, pero es inútil. Pronto empiezo a notar los dedos de las manos adormecidos hasta que también dejan de moverse.

Unos pasos se acercan hasta mí y se hace el silencio. Tengo a los operarios delante, estoy seguro. No tengo ojos para verlos, pero los siento. Escucho sus movimientos, por leves que estos sean, sus articulaciones crujir, a pesar del engrasado con aceite lubricante que puedo oler sin problemas.

Una máquina suena junto a mi cabeza: un zumbido metálico acompañado de algunos golpeteos rítmicos. Una sensación extraña me envuelve la cabeza y no sé como describirla. Me recuerda a cuando, de niño, me sumergía en el lago: una leve presión mayor que la del aire, pero esta vez solo localizada en la zona de la cara. Luego, un cosquilleo en el interior de esta despierta mis náuseas y, por un segundo, la oscuridad a la que estoy tan acostumbrado desaparece. Un parpadeo de luz radiante que me permite, por un instante, ver lo que tengo frente a mí. Pero solo dura eso, un segundo. Las sombras vuelven a adueñarse de todo y me sumen de nuevo en la ceguera.

—Implante rechazado. —La voz metálica de antes me sobresalta—. Lamentamos las molestias. Reintentar en cuatro, ocho, cero días. Gracias por confiar en Bionics Solutions.

Un olor amargo, pero suave, me envuelve y recupero la movilidad en cuestión de segundos. Las cintas me sueltan y soy libre de nuevo. Cuatrocientos ochenta días para volver a intentarlo es demasiado tiempo, pero puedo esperar. Al menos ya tengo una imagen en mi cabeza que nunca olvidaré.

Uno de los operarios me acompaña a la salida al entregarme el bastón. No sé quién de los dos que he visto será: el hombre joven o el androide, pero da igual, ya se verá.

Comentarios
  • 1 comentario
  • Susana Calvo @Susana hace 2 años

    Muy chulo y el tono melancólico está muy conseguido. También me gusta el uso de las sinestesias. Felicidades, muy buen relato.


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