A Khala no le tembló la voz:
—Quiero las campanas.
La Guardiana del Tiempo torció la boca.
—Una década y no hemos logrado enmendarte. ¿Pagarás tan alto precio solo por mezclarte de nuevo con esos vulgares humanos? —No respondió, temerosa de que la Guardiana rechazara su demanda—. Que así sea, pues.
Esas cuatro sencillas palabras bastaron para que se materializara una pulsera en la muñeca de Khala. Agitó la mano y las campanillas negras que pendían de la joya permanecieron mudas, pues solo sonarían una vez.
—¿Cuánto? —Miraba ansiosa el reloj de arena que la Guardiana sostenía en la mano. Escasos eran los granos del futuro, prestos a caer al pasado.
—La luz de un día que ya ha amanecido. Hasta nunca, pobre necia.
—Pobres vosotras, y vuestra vacía eternidad —rumió Khala alejándose deprisa sin mirar atrás.
Tras horas recorriendo el pueblo, encontró lo que buscaba al fondo de un callejón maloliente: el origen del destello que, después de brillar durante diez años más que ningún otro el corazón de Khala, se extinguía. Una niña envuelta en harapos que sollozaba arrodillada en el suelo. Apretaba algo contra el pecho y, cuanto más lo apretaba, más se debilitaba su resplandor.
Se agachó junto a ella antes de cogerle las manos y obligarla a mostrar las monedas.
—No quería hacerlo, lo juro, pero el hambre duele tanto —balbuceó la chiquilla mientras las lágrimas surcaban su sucio rostro.
—Lo sé, pequeña, y también muchas otras cosas: que tu padre murió demasiado pronto y que no conociste a tu madre. Y también que posees magia, hermosa niña. —Le colocó un nudo de pelo detrás de la oreja, totalmente deformada en la parte superior. Repitió el gesto con su propio cabello, descubriendo un inconfundible pabellón puntiagudo.
—¡Un hada de verdad! Pero ¿por qué te burlas de mí? No tengo magia y mucho menos hermosura. —Señalaba sus orejas.
—Eran preciosas, como el resto de ti. Las besé tanto antes de… —La pena se le atascó en la garganta—. Tenía que hacerlo, nadie debía descubrir lo que eres.
—Una ladrona, eso es lo que soy. Y ni siquiera sé como logré engañarle. Hablé y él obedeció.
—Aún no es tarde. Aún hay esperanza. —Agarró aquella carita entre las manos y le asestó un beso en la frente. Amor para alimentar su destello—. Regresa y devuelve lo robado. El hombre verá, ahora que tu luz brilla fuerte, y te dará una oportunidad. Es cuando puedo ofrecerte ya.
La niña la miraba entre escéptica y ansiosa por creer.
—¿Quién eres, hada?
Las sombras del ocaso descendían sibilinas por las paredes del callejón.
—Quien nunca te ha olvidado. Quien no debería haberse alejado de ti. Mas fui engañada, por mis propias hermanas. Prometieron que estaríais bien si regresaba con ellas. —Abrazó al fin a su niña y las campanas negras, que aguardaban silenciosas el pago de la deuda, se enredaron en mechones de pelo sucio—. Soy la madre que siempre te ha amado, la que renunciaría a su inmortalidad por la oportunidad de salvar tu alma. Es mi regalo. Nunca lo olvides.
Entonces, las campanas empezaron a sonar.
Comentarios
Cuánta ternura! Me ha gustado el cuento de hadas :)
¡Precisosisimo relato!
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