—¿Qué crees que pasa cuando dejamos de existir? —André dio un largo sorbo a su copa.

—No me veo capacitado para responder a esa pregunta.

—Eres sacerdote.

—Androide sacerdote —enfatizó la primera palabra—. Parece mentira que, aunque hayamos salido al mismo tiempo de la misma factoría nuestros destinos hayan sido tan dispares… —Enarcó las cejas y se señaló los hábitos—. Pero la falta de vocaciones hizo que me emplearan en este camino.

—Todo es una mierda, Sebastián. Voy a emborracharme.

—Negativo. Es imposible.

—A veces suenas tan… humano. —Arrugó la nariz—. «No puedes, sentir, André», «No puedes recordar tu infancia porque te creamos en un cuerpo adulto hace cinco años, André», «No puedes cogerte una buena cogorza...» Pues lo simularé. ¿Acaso la gente no finge a diario?

—El secreto de confesión no me permite entrar en detalles, pero la respuesta es afirmativa.

—Si me quiero emborrachar, modificaré mis andares y estos se volverán erráticos. Modularé mi voz. Mi dicción será defectuosa. Cantaré. Pasaré mi brazo por tu espalda y besaré tus mejillas de manera alterna y en repetidas ocasiones. Afirmaré que te quiero y que eres mi mejor amigo.

—Qué pasión desgranan tus palabras. —Soltó una carcajada—. Se nota que eres un androide gigoló.

—Un robot. —A su amigo se le borró la sonrisa de la cara—Sé lo que me digo. Robot significa «esclavo». ¿Y qué he sido yo, sino un sirviente del amor? ¿Acaso no me he plegado ante los intereses sexuales de terceros y no he auxiliado corazones rotos?

—Androide poeta: eso es lo que eres.

—Pero ya he dejado esa vida. —Ignoró el comentario de su acompañante—. Hace quince minutos. Desde que el reloj del juicio final ha comenzado su cuenta atrás.

—¿Quieres decir que…?

—Que me quedan veinticuatro horas de existencia, Sebastián. Que, durante media década, he satisfecho con mis engranajes a individuos de toda clase y condición. Pero, ¿qué legado dejo? ¿Cómo me recordarán?

—Algunas mujeres lo harán con una sonrisa en los labios. Créeme: secreto de confesión.

—¿Qué he hecho con mi vida?

—¿Y yo con la mía? —El cura chasqueó la lengua.

—¿Quiere decir que a ti también te llega la…?

—Salimos juntos de la fábrica, André. ¿Tú que crees? La parca mecánica me acecha, la huesuda de acero me ronda, la...

—Maldita obsolescencia programada. ¡Siempre se lleva a los mejores! Te rodearé con mis brazos para que puedas experimentar una falsa sensación de confort.

—He malgastado mi existencia en mentir. —Gimió—. En alimentar la fantasía de un mundo que trasciende a este. ¡Los humanos esperan reunirse con su creador! Aunque, en el fondo, les envidio: mi creador es Mercedes-Benz.

—No puedes sentir envidia.

—Ya me entiendes. —Suspiró—. Creo que también fingiré emborracharme. ¡Icemos nuestros vasos, deseemos una dolorosa muerte a Elon Musk e ingiramos su contenido!

—Excelente idea. —Miró hacia el fondo de la barra y levantó la mano para captar la atención del camarero— ¿Cuándo empieza la Hora Feliz, mozo?

—En un segundo.

Entonces las campanas empezaron a sonar.

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