Ya sabías tú que no era buena idea dejar la compra del regalo de Lucía para el último momento. Pero siendo reticente a este tipo de rituales anuales que poco tienen que ver contigo, la pereza había ido apoderándose de ti todos estos días atrás. Ahora no tienes más remedio que afrontar el problema y ponerte manos a la obra si no quieres decepcionarla.
Te enfundas en un grueso jersey de lana, coges guantes y bufanda. Gorro no, no hay que exagerar, además al cabo de un rato acaba picándote la cabeza. Por no decir lo aplastado que se te queda el pelo después. No, mejor que el gorro no te lo pongas. Suspiras mientras terminas de abrocharte las botas, te pones el abrigo y sales a la calle con más fastidio que gusto.
Vas con cuidado por el empedrado, anoche llovió bastante y está muy resbaladizo. Por la cabeza no paran de pasarte ideas poco sustanciosas sobre qué comprarle ¿Un perfume? No, demasiado común ¿Ropa? Tampoco, Lucía es muy suya y podrías arriesgarte a que no le guste ¡Ah! Un cuaderno bonito para que anote esos pensamientos tan interesantes, pero te acuerdas de que eso fue lo que le regalaste el año pasado. Dilapidas cada una de las opciones que se te van ocurriendo cada vez con menos esperanza de encontrar en tan poco tiempo un regalo especial, que sea perfecto para ella.
Poco a poco el rugir de la masa de personas que se agolpan en las céntricas calles de la ciudad llega a tus oídos. Pones cara de resignación y te fundes entre la marabunta. El escenario te desalienta aún más que la idea de encontrar el regalo a pocas horas de la celebración de Nochebuena.
Niños que lloran porque quieren entrar en las tiendas de juguetes mientras sus madres les arrastran del brazo en dirección opuesta. Grupos de campanilleros cantando villancicos en cada esquina provocando tal choque armónico que te duelen los oídos. Personas que se empujan sin pudor para coger una buena posición en la representación anual del Nacimiento. Tras un escaparate dos señoras se disputan a golpe limpio el último ejemplar del bolso que llevaba hace dos días una de las Kardashian.
Y sin embargo todo el mundo ríe. De alguna manera esto te perturba. Te cuesta trabajo creer que alguien pueda estar pasándolo bien en este ambiente crispado.
Localizas una librería y te dispones entrar a ver si se te ocurre algún título que merezca la pena. Un libro que dé en el centro de interés de Lucía puede ser una buena opción. Algo relacionado con la astronomía y la historia, eso le gustará, siempre se ha sentido muy inclinada hacia esos temas. Los estantes están prácticamente vacíos, parece que una horda los hubiera arrasado. A tu espalda escuchas una vocecilla que te advierte de que la planta superior está cerrada y que lo único que les queda son algunos libros en edición de bolsillo. Te giras y te fijas en el dependiente que presenta un aspecto desaliñado y magullado. Al moverte el chico se esconde detrás de la mesa del mostrador y te suplica que por favor no te enfades, que no tiene la culpa de que se haya agotado casi todo el género.
Con desconcierto sales de la librería sin decir ni una palabra. Te quedas pensando que el consumismo se nos está yendo de las manos y la gente se toma cada vez más a pecho las compras de Navidad. Como si una especie de frenesí se estuviera apoderando de la ciudad.
Decides entrar en una cafetería para sobreponerte de la impresión tomando algo calentito que te temple por dentro. Te diriges a la barra y la camarera te despacha el café con una sonrisa particularmente fija, casi como una de esas esculturas de la antigua Grecia. Le agradeces el servicio y te llevas el café a una de las mesas junto al ventanal del establecimiento. De vez en cuando observas de reojo a la camarera que sigue mirándote con el mismo gesto de antes. No puedes relajarte con su actitud inquisitiva, así que procuras terminar el café pronto para continuar buscando el regalo.
Cuando vas a levantarte de la mesa para salir del local ves a lo lejos a Lucía. Parece que va acompañada de varias personas ¡Qué extraño! Te dijo que estaría con su madre. Te vuelves a poner el abrigo y sales de nuevo a la calle sigilosamente para que no te vea. La sigues a cierta distancia. Tienes curiosidad por saber a dónde va, quizás más tarde tendréis que tener una conversación a cerca de lo que significa mentir.
Tuercen por una calle, otra, otra más, parecen saber a dónde se dirigen. En un momento dado el grupo entra en un decrépito edificio que a todas luces lleva años sin ser utilizado.
¡Corre que se te escapan!
La puerta se abre con un crujido que te acelera el pulso pensando en que te habrá delatado. Sin embargo, al cruzar el umbral allí no ves a nadie. Te impacta lo lóbrego del lugar, débilmente iluminado por unos cuantos hachones. Una sala vacía que no invita a quedarse mucho tiempo en ella. Haciendo un recorrido casi a tientas por las paredes de piedra desnuda de la sala, descubres el marco de una pequeña puerta ojival. Sobre la madera hay tallado algo similar a una estrella de puntas onduladas.
Tiene que ser por aquí.
La manecilla cede a tu intento y se extiende ante ti una escalera de bajada. En el silencio más absoluto escuchas tu propia respiración, más excitada a medida que pasan los minutos. Dudas. Quizás deberías volver a casa y preguntarle a Lucía después. Quizás todo haya sido un malentendido. Quizás, quizás, pero no puedes quitarte de la cabeza esa duda que te taladra hasta dentro de tu ser.
Das un paso con inseguridad y comienzas a bajar la estrecha escalera de peldaños irregulares. Hay una pequeña guía metálica en la pared sobre la que te vas apoyando para no caer. El frío del metal y la humedad que rezuman los muros te resultan desagradables, pero mejor eso que arriesgarte a una caída que podría ser fatal.
Llegas a una estancia que te parece inmensa, cubierta por una cúpula llena de diminutas esferas brillantes. Esparcidos por el suelo hay algunos dibujos que te llaman la atención por su rareza. A medida que te adentras en la sala un olor nauseabundo a grasa quemada te obliga a torcer el gesto. Se te revuelve el estómago e instintivamente te inclinas hacia delante ¡Mierda! Piensas. No tendrías que haberte tomado ese café. Te pesa el cuerpo y caes de bruces.
La cabeza te da vueltas y te parece escuchar en un susurro que te estaban esperando. Intentas identificar de dónde viene la voz, pero parece como un eco lejano. Emites una leve queja, un sollozo más bien. Tratas de levantarte, pero no puedes. Una cadena envuelve tus muñecas y las fija al suelo.
Elevas la mirada y distingues siluetas cubiertas con túnicas formando un círculo a tu alrededor. Una sensación de angustia creciente te atenaza el cuerpo. Ahí de pie está Lucía y también la camarera y otras personas que recuerdas haberte cruzado en la calle, todos con esa sonrisa que antes te había puesto los pelos de punta y que ahora te hiela la sangre.
¿De qué va todo esto? Suplicas. Responden todos al unísono ¡Las estrellas son propicias! Tras eones de silencio las puertas se abrirán. A través del espacio y el tiempo volverán a reclamar en su nombre lo que les fue arrebatado.
El círculo se abre lentamente y de la oscuridad surge una figura femenina vestida de satén blanco. Con una voz dulce entona aquella canción de Mariah Carey que todas las Navidades inunda establecimientos, calles y televisores. Ese estribillo tan cursi como pegadizo oculta una verdad que empieza a tomar forma en tu cabeza de una manera cada vez más sólida.
Tentáculos de sombra comienzan a ceñirse sobre ti mientras el mundo se sumerge en el más profundo de los abismos.
El regalo perfecto eras tú.
Comentarios
XD Vaya giro Lovecraftiano... La curiosidad mató al gato.
El detalle de que cante una canción de Mariah Carey es fantástico, me has sacado una sonrisa. Santa Klaus is coming... from deep space.
Gracias por pasarte a comentar @Jon_Artaza. Me alegro de que te haya gustado el relato. They will return...
Muy buena historia, el terror cosmico es dificil de encontrar.
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