Te levantas y todo es igual a ayer. Pero es un día especial. Seis de junio. Un día especial. Tu reflejo te sonríe y tú le sonríes a él. Por un momento no reconoces la cara que te mira, retrocedes asustado, tropiezas con la estantería, parpadeas y el desconocido ya no está ahí. Permaneces helado, escuchando. No se oye ninguna tos, todo está bien, Marta duerme y tú lo vas a lograr. Cuando despierte tendrás su regalo.

Caminas por las calles desiertas concentrado, sin prestar atención a nada en concreto, sumido en tus pensamientos.

Hoy se cumplen cinco años de vuestro matrimonio, de llegar tarde después del trabajo, cansados, de besos velados y espaldas que se tocan al dormir. Cinco años y un precioso bebé. Rosa. Cuando nació, Marta te dijo que era el regalo perfecto para ti, para cuando ella ya no estuviera. En aquel momento no le quisiste escuchar, pero ella ya lo sabía. Su vida se agotaba desgastada por la enfermedad.

Antes las personas vivían hasta los cuarenta, los ochenta si crees en las leyendas. El mundo estaba superpoblado y carente de recursos. Ahora las personas tenían suerte si llegaban a los treinta. Tu mujer iba a morir con diecinueve, y era lo normal. Demasiado joven, demasiado pronto. Demasiado injusto para ti.

Te culpaste, gritaste, lloraste y te emborrachaste. ¿Cómo pudiste no darte cuenta? ¿Cómo pasaste tantos días a su lado sin notar que se acercaba el final? ¿Por qué te lo ocultó? Sabías que tenía que suceder, pero no estabas preparado. Así que en ese estado de embriaguez le dijiste que era tu turno de darle el regalo perfecto, el final de la enfermedad. Y ya nunca se te olvidó. Volviste al laboratorio y experimento tras experimento luchaste contra el destino y la enfermedad. Hasta el último día, hasta el final. Para darle la vida que merece vivir.

Buscas entre cientos de combinaciones, miles de cócteles diferentes que pruebas y descartas. Ochenta años, sonríes. Vas a alcanzar a las leyendas. En el día de tu aniversario solo queda una prueba que hacer, un último cóctel que descartar. El mono está bien, el ratón también, hacen lo mismo que cada día sin verse afectados por la medicación. Necesitas un voluntario y no lo encontrarás en tan corto plazo así que haces lo que debes; te remangas, te inyectas y te recuestas en la cápsula de vacío. Es el regalo perfecto, vivirás con Marta para siempre o morirás para reunirte con ella en el más allá.

Los golpes te despiertan y la cápsula se abre. Una extraña grita en un lenguaje que no alcanzas a comprender. Parece preocupada por ti, pero tú te sientes bien. Corres al espejo, te miras y le vuelves a ver. El desconocido te sonríe y se mueve a tu compás. Cierras los ojos con fuerza y al abrirlos ya no está, solo tú y la extraña mujer que no deja de hablar. Gesticula para que prestes atención, señala la cápsula y te tiende un audífono minúsculo.

Intentas alcanzar las jeringuillas, pero ella es más rápida y cierra el estuche. Niega y te vuelve a tender el auricular. Conciliador alzas las manos en rendición y lo tomas.

—La inyección es un regalo, para mi mujer, para todos. Bueno, algún día lo será. —Avanzas hacia ella—. No se si me entiendes, pero lo necesito.

—No. Lucas, no lo necesitas. Tienes que parar.

Extraes el auricular sorprendido, es algún tipo de traductor instantáneo. Lo miras con detenimiento, olvidando por un momento a la mujer que no cesa un discurso nuevamente inteligible para ti.

Nunca habías visto semejante tecnología. Algo así no debería existir, aun no. Alarmado te lo pones de nuevo y preguntas.

—¿En qué año estamos?

—Lucas… señor. Tiene que calmarse.

—¿Cuánto tiempo ha pasado? —Te tiembla la mano, pero hablas con firmeza.

—¿Desde su quinto aniversario? —pregunta la mujer y tú te limitas a asentir— Doscientos cinco años, señor.

Te giras, sin querer preguntar lo único que anhelas saber. Analizas todas las posibilidades. Visualizas la composición de la inyección, es evidente que no llevaba nada que afectara al espacio tiempo. La opción más plausible es un coma, una sobredosis quizás. Pero si sigues vivo es que lo lograste. Encontraste el regalo perfecto, y está en casa, esperándote.

En realidad, no eres consciente del paso del tiempo hasta que no llegas a la calle. Todo es extraño y conocido a la vez. Cientos de veinteañeros pasean y discuten, ríen y se gritan. No solo aparentan juventud, son realmente jóvenes. Nunca habías visto algo así.

Corres hacía tu casa sin plantearte ni por un segundo si sigue siendo la misma. Gracias a Dios lo es. La llave gira con suavidad y todo sigue igual. Llamas a tu mujer a gritos, con desesperación, con locura. Caes de rodillas y lloras al no recibir respuesta.

No sabes cuanto tiempo pasas allí hasta que unos brazos te rodean y una voz familiar te calma. Sonríes, aliviado.

—¿Marta? Lo encontré, tu regalo. Lo encontré.

Marta afloja el abrazo y te mira a los ojos.

—Lo encontraste, el regalo perfecto. Pero, papá, yo no soy Marta. Soy Rosa, papá. ¿Te acuerdas de mí?

Rosa, tu hija. Tu bebé. Ayer la dormiste entre tus brazos con una nana que tu madre solía tararear. Hoy es tan alta como tú, tan preciosa como su madre. Su madre.

—¿Y tu madre?

—Nunca la conocí. Solo éramos tú y yo, papá, encontraste el regalo perfecto, pero era tarde para mamá. —Tiemblas de nuevo y tu hija desconocida te abraza—. Salvaste el mundo, me salvaste a mí.

—No estaba en coma. ¿Verdad?

—No, solo estás enfermo. La terapia que inventaste nos dio años de vida, pero llega un momento en que la mente se rompe y queda atrapada en el mejor o el peor momento de tu vida. Repitiéndose una y otra vez. Atrapándote. —Baja la voz, como si no quisiera pronunciar el final—. Lo normal es programar la finalización de la vida o internase en un centro.

—¿Y yo? —preguntas, pero sabes la respuesta.

—Cabezonería, tuya y mía, de los dos. Tienes días lúcidos y otros no, pero, mientras yo siga aquí, estamos juntos.

Lloráis juntos y vuelves a tu habitación. No entiendes por qué le haces pasar por esto. Ella tiene una vida, unos hijos, un marido. Cierras los ojos con lágrimas en los ojos. Solo quieres descansar. Escuchas como se sienta a tu lado y comienza a narrar.

Te levantas y todo es igual a ayer. Pero es un día especial. Seis de junio. Un día especial. Tu reflejo te sonríe y tú le sonríes a él. Por un momento no reconoces la cara que te mira. Retrocedes asustado, tropiezas con la estantería, parpadeas y el desconocido ya no está ahí. Permaneces helado, escuchando. No escuchas ninguna tos, todo está bien, Marta duerme y tú lo vas a lograr. Cuando despierte tendrás su regalo, salvarás a la humanidad.




Comentarios
  • 1 comentario
  • Raquel Valle @ValleS hace 1 año

    Madre mía, cuántos giros sorprendentes. Y el final, increìblemente perfecto! Un gran pierre de temporada :)


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