El barco flotaba con suavidad sobre la aurora boreal de Arlimany. Alana amarraba con fuerza los cabos de las velas en lugar de disfrutar del paisaje. El zumbido de los motores sónicos componía un murmullo que la tripulación ya no percibía. La muchacha tarareaba una canción cuando Jorman le lanzó una botella con suavidad y se apoyaron en la borda.

—Con Moranti teníamos la tradición de tomar vino agrio cada vez que sobrevolábamos Aaadhan. —Descorcharon su bebida y vertieron un chorro corto al vacío—. Espero que la pruebes allá donde estés, amigo.

Ambos bebieron en silencio. Alana recordó su sonrisa, sus ojos verdes, su silueta acostada sobre la cama después de tener sexo. Y la sangre salpicándola cuando les abordaron y su cabeza rodó por la cubierta.

Tras una charla banal, Jorman la acompañó hasta el camarote. Llegaron a la puerta y ella se apoyó en la misma.

—¿Quieres entrar a tomar la última? —susurró ella.

Jorman solo asintió. Al cruzar el umbral, Alana se abalanzó sobre él. Lo besó con furia, apretando sus labios contra los del joven. La piel de Alana era suave, excepto en sus manos. Él sentía sus durezas mientras ella le tocaba sin medida y se deshacía de las prendas que se interponían entre ambos. La muchacha echó a Jorman sobre la cama y se subió encima. Las piernas de Alana estaban musculadas y definidas. En sus brazos se marcaban unos bíceps bien trabajados. Le apretó las muñecas contra la almohada y lo cabalgó hasta que estuvo saciada.

—Preparados para abordar en treinta minutos. —La voz del capitán Jack recorría los pasillos y los despertó. Alana se vistió en silencio, de espaldas a su acompañante. Abrió su arcón y tomó su pistola, dos dagas y una granada. Entonces salió de la habitación sin mirar atrás.

Una vez en la cubierta, trepó por el mástil mayor hasta la cola del vigía. Allí desenroscó un catalejo y divisó su objetivo. Llevaban un mes siguiéndolos de galaxia en galaxia. Alana presionó un botón, que transformó las velas blancas en un fondo negro con una calavera que parecía surgir de la tela en dirección a sus presas.

Alana se deslizó por el mástil hasta la cubierta y se puso a los mandos de un cañón.

—A mi señal… —avanzó Jack—. ¡Ahora!

La muchacha apretó con fuerza el panel. Dispararon hasta que los escudos del contrincante se debilitaron. Entonces, sin esperar ninguna indicación, cogió una maroma de las velas y se balanceó hasta el otro barco disparando a los piratas. Se dejó caer cerca de Jack, que se agarraba el vientre mientras su sangre se escurría hacia el mar.

—Esto es por Moranti, hijo de puta.

Alana le cogió del cabello y con la daga le rebanó la cabeza. En su lugar, dejó la granada justo antes de volver a su navío. La pirata aterrizó en la popa y mostró su botín.

—Ahora vuestra capitana soy yo. Y no tendremos más tesoros hasta que cumpla mi venganza.

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