En una alcoba bañada en oro, descansando plácidamente sobre la cama en compañía de dos gatos que ronronean al unísono, Cleopatra es observada desde el umbral, cuando lo nota, con armoniosa voz rompe el silencio.

—El dios de la muerte me crea una majestuosa habitación en el jardín de Aaru y me concede su divina presencia —Cleopatra se levanta deslizando su vestido morado, ceñido a la cintura, al tiempo que esboza una sonrisa orgullosa—.Debo cautivar mucho para que merezca tales honores.

Riéndose a mandíbula batiente, Osiris le asegura que ella no esta en Aaru como cree, sino en una dimensión creada por él mismo.

Cleopatra, frunce el ceño.

—Yo soy la reina-faraón más importante que Egipto haya tenido, me enterraron con los mayores honores y realice grandes proezas en vida —se sitúa frente al dios con aire desafiante—. ¡Merezco estar en el Aaru! ¿Bajo que fundamentos es que me niegan tal derecho? —exclama al darse cuenta en la situación en la que se encuentra.

Osiris, permanece en su lugar, le explica que al momento de su muerte hubo mucha polémica, puesto que algunos dioses alegaban que ella merecía estar en el Aaru por los mismos motivos que ella misma había expuesto hace unos momentos no obstante, otros diferían de opinión, decían que su alma estaba podrida y no permitirían que alguien tan egoísta pisara tierra sagrada, pues de todas las reinas que tuvo Egipto hasta el momento, ella fue la peor.

—¡La peor! —chilla Cleopatra, interrumpiendo al dios.

Haciendo caso omiso, Osiris continua exponiendo los hechos no sin antes aclarar que para que un alma pueda acceder al Aaru se debe emitir un juicio donde los dioses deciden si es un alma virtuosa digna de acceder o una podrida que merece vagar por el resto de la eternidad, y que de todos los juicios que se hayan realizado, ese fue el más difícil, pues no hubo una resolución hasta que la propia Isis apareció y propuso que ésta fuera aislada en una habitación llena de lujos como una vez tuvo en vida con la compañía de sus gatos. De esa manera no estaría en el Auru pero tampoco tendría que vagar.

—Y la solución fue encerrarme en esta habitación —dice con enojo—. No merezco esto.

Osiris, le dice con voz monótona que pese a ser él el dios de la muerte debe atenerse a las decisiones de los dioses, no puede aceptar a nadie en el jardín de Aaru sino le es permitido ya que en él no solo conviven las almas mortales, también los mismos dioses.

—Así que siente culpa, ¿por eso es que ha venido? ¿A decirme que si por usted fuera, me llevaría al jardín sagrado?

—No, he venido para asegurarme de que mi creación estuviera perfecta sin ninguna forma de escapar —dice Osiris, dibujando una sonrisa en sus labios—. Después de todo, yo también vote por la opción de Isis. Fui el voto decisivo.

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