Han pasado cinco años desde que la reina Isabel la Católica, después de la guerra de Granada, decidió financiar, en parte, a mi amigo del alma Cristóbal Colón con el fin de expandir nuestra fe a los países del lejano oriente por medio de una forzosa nueva ruta por el oeste y lograr un tratado comercial debido a la caída de Constantinopla sin embargo, en un principio la corona española se había negado a financiarlo y darle legitimidad exclusiva a sus planes que calificaba de imposible pero gracias a mi intervención la corona aceptó ya que mi confianza en Cristóbal iba más allá de una simple amistad que me cegó y fui incapaz de ver la realidad.

Le otorgué a la corona un préstamo para financiar por completo el viaje que me podía pagar en rentas, asegurando que había poco que perder y mucho que ganar si confiaba en él. Pero la corona no confiaba en él, confiaba en mí que llevaba muchos años sirviendo como prestamista y a final fallé, Cristóbal nunca completo el viaje, se dejó hundir por sus pensamientos negativos desistiendo de continuar, lo que me trajo graves consecuencias, pues la corona tenía intenciones ocultas, con el viaje ellos esperaban encontrar nuevas tierras que dispusieran de riquezas para financiar su conquista sobre Jerusalén para así convertirse en un país de gran potencia. Pero al no completar el viaje, Cristóbal fue condenado a muerte por orden de la reina, se negaron a pagar el préstamo y por mi sangre judía me entregaron a la Santa Inquisición ya que uno de los marineros que reclutó Cristóbal en el Puerto de Santa María, después de ser condenado, robó los planos llevándoselos a los portugueses, que hasta entonces habían trazado otra ruta por el borde de África, encontrando nuevas tierras que ahora llaman América y riquezas. 


La corona española está desesperada, intenta por todos los medios hacer un tratado comercial con Portugal pero ellos se muestran renuentes. ¿Cómo lo sé? Aun encerrado uno se entera de todo por boca de los inquisidores. No obstante, no puedo hacer nada más que escribir esto con sangre en las paredes de esta prisión donde me baño en agua helada cada mañana mientras huelo el hedor del tabaco, impregnado en el aire, que los inquisidores fuman ilegalmente como adictos gracias a los portugueses que no quieren hacer trato con España pero si corromperlo con dañinas sustancias. Pese que estoy a punto de morir, no me arrepiento de haber confiado en Cristóbal, si yo hubiera ido con él, no habría caído en la desesperanza, estaríamos los dos juntos ahora disfrutando de la vida. Pero el hubiera no existe, ya sólo me queda aceptar mi destino y mientras exhalo mi último suspiro de vida, evocaré la imagen de Cristóbal, imaginando que logró su objetivo, yacemos juntos entre un sinfín de riquezas mientras él pronuncia suavemente mi nombre: Santángel. En una España grande y potente sin doblegarse ante nadie.

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