Aquella tarde tocaba baño y eso ponía de especial mal humor a la reina. Sus damas de compañía, las  más cercanas a su majestad, lo sabían y por eso guardaban silencio mientras preparaban el ritual de aseo. Una corriente de aire frío precedió la entrada de Isabel y un rictus más tenso de lo habitual hizo estremecer a las dos mujeres. Beatriz, la más mayor, se acercó a la reina, y tras una breve reverencia preguntó si se encontraba bien.

-No, Beatriz. Ese hijo de su madre me la ha jugado.

-No entiendo, majestad.

-Cristóbal, “el descubridor” como se hacía llamar. Me engatusó y me juró que llegaría a las Indias. Que descubriría una nueva tierra que me haría grande. Y yo accedí a financiar su viaje.

Beatriz hizo un gesto a la otra doncella para que empezara a desvestir a la reina, mientras ella comprobaba la temperatura del agua. Beatriz sabía que tendría que tener más tacto del habitual.

- Conseguí que su majestad, don Fernando, cediera, que me apoyara. Y ahora me entero por una carta de Colón que sigue en las islas lusas porque a perdido el rumbo. No puedo consentir que esto transcienda. El pueblo no puede saber nada. Dirá que estoy dilapidando sus arcas. Y mi marido... 

Beatriz y la otra doncella se miraron con cara de preocupación mientras enjabonaban a la reina. 

-Algo se nos ocurrirá. Siempre hemos encontrado respuesta a otras tropelías.

-Esta vez es diferente, Beatriz. Hay mucho en juego. Mi credibilidad, la solidez del reino de Castilla y Aragón, por no hablar del desastre económico. No sé cómo pude creer en sus palabras y en sus planes. Desde el inicio tendría que haber sospechado. ¡Leonor, ten cuidado con el pelo, me haces daño!

La joven se disculpó. A pesar del mal carácter de Isabel, la tenía cariño. Cuando murió su madre, la reina, la permitió ocupar su lugar como dama de la corte a pesar de su  inexperiencia. Así que, deseaba ayudar a su señora. 

-Por Dios, que esto no salga de aquí. Tendréis que jurarme silencio. No es que desconfíe de vuestra lealtad, entendedlo.

Beatriz levantó su mano y juró silencio. Leonor hizo lo mismo pero añadió tímidamente:

-Majestad, por la gratitud y el respeto que os tengo, tengo una idea. Dejemos que el navegante siga perdido. Mientras, podemos ganar tiempo si pedimos ayuda a Aquilino.

Las otras miraron a Leonor y la reina le pidió que continuara.

-Aquilino es un pillo  que anda siempre borracho y fuma un tabaco raro. Mientras el alcohol convierte a otros en pendencieros, él recita historias increíbles. Podríamos emborracharle y pedirle que nos escribiera como si fuera Colón y hubiera llegado a la tierra nueva. Así podríamos esperar a ver si el navegante llega a puerto. 

-¿Y si no llega nunca? 

-Siempre podemos mantener sus historias y ya veremos como pasamos a la Historia.

Las 3 mujeres se miraron con cara de complicidad. 

- Sacadme de aquí, tenemos mucho trabajo por delante. Leonor, eres un genio. El futuro de La Corona está en nuestras manos.

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