En el pueblo al que arribamos era poco lo que quedaba en pie. Alina y yo encontramos refugio en un almacén ruinoso al que le faltaba gran parte del techo y donde un denso polvillo se desprendía del resto volviendo opresivo al ambiente. Eramos fugitivos de las aldeas arrasadas por el enemigo. En la estepa el horizonte en llamas se reflejaba extensamente y durante días habíamos vagado dispersos por ese infierno helado entre amenazantes retumbes cada vez más cercanos.

Dejé apoyada a Alina contra un muro mientras que a la borrosa luz de la luna que se filtraba por los agujeros, escrutaba el sitio abandonado. De pronto sobre el roncar continuo de cañonazos y remotos bombardeos, unos pasos firmes sonaron detrás de mí. Me estremecí de terror.

─¡No podéis quedaros aquí!

Suspiré aliviada, era la voz de Jacob.

─Alina ya no resiste otro esfuerzo─respondí

volviéndome.

─Nos hemos reunido calle abajo  en un edificio en mejores condiciones que éste ─insistió él─ Vengan con nosotros.

─ Es imposible, un paso más y Alina perderá al bebé. ¡Está agotada y yo también!─ chillé.

─ Al alba tendremos que seguir marchando─ porfió irritado─, es imposible quedarse. ¡Hay que alejarse del frente cuanto antes!

─Está bien─ me avine con paciencia ─, pero por esta noche ayúdame a acomodarla en un sitio más abrigado. Mañana veremos.

Encontramos una puerta de metal oxidado que daba a un cuarto pequeño pero relativamente entero. Había mercaderías desparramadas, cajas, mantas y otras cosas que dejaran tras de sí los que a toda prisa evacuaron el almacén y el pueblo. Por suerte, aunque rotas, había también unas velas. Pudimos armar un lecho para Alina y la acomodamos en él. Jacob prometió recogernos al alba y se marchó impaciente cerrando tras de sí la puerta. Quedamos sumidas en un oasis de silencio apenas interrumpido por el lejano rumor de la tormenta bélica.

A mitad de la noche Alina rompió aguas y súbitamente comenzó el proceso. Yo no esperaba que sucediera tan pronto. Nunca había asistido a un alumbramiento.

«¡Dios mío! ¿Qué hacer? ¿Por qué se supone que las mujeres debemos saber de partos simplemente por ser mujeres?» No podía dejarla sola para ir a pedir ayuda, las contracciones se sucedían precipitadamente. Hice lo que pude, muy poco. Del resto se encargó el coraje de Alina y la bendición de la naturaleza. Parió con valor y por suerte sin contratiempos.

Yo había olvidado qué era la alegría, así que al recoger a la niña chillona en mis brazos lloré de nostalgia. La felicidad me llegó al recostarla sobre el pecho de la madre.

«¡Vive! ¡Oh, Dios! Están vivas. Vivimos...» de puro agotamiento nos quedamos las tres dormidas.

Me despierto sobresaltada por el estallido de una patada que derriba la puerta. Un horrendo estrépito de voces, la niña llora. Yo solo alcanzo a ver la boca de las armas que nos apuntan a la cabeza.


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